mi música

Algo sobre mi

Algo sobre mi:

En lo que yo soy ahora han influido tanto las circunstancias de mi vida, como las personas que han desfilado por ella.


Entre las personas, los primeros mis padres. Mi padre, que por desgracia ya no vive, es la persona más honrada, justa y responsable que he conocido. Parece un tópico, sobre todo porque ya no esta, pero es la realidad, jamás le vi apartarse de lo que era correcto y repito honrado.

Mi madre, pues parecida a mi padre, una persona íntegra y con infinito espíritu de sacrificio hacia los demás y una sensatez y sensibilidad que hace que sea imprescindible pilar de la familia.

Mis hermanos, cuatro, todos chicos, bueno como es normal tenemos nuestros mas y nuestros menos, pero en general nunca llegó la sangre al río y sé que detrás de mi están todos, los cuatro para recogerme si caigo. Y lo mismo para cada uno, siempre estamos, incluso antes de que se nos llame.

Y una tía que es casi mi segunda madre.

Y después mis amigas, las que conservo desde que tenía 11 meses (si, meses) que fue cuando llegamos al barrio de Madrid, allá por los años... me cuesta decir mi edad, no es que me sienta mayor, pero si digo la edad lo voy a parecer.

Y ya solo quedaría nombrar el resto de personas que he ido conociendo y que casi todas han sido buenas y han dejado una imborrable huella dentro de mi. (las menos buenas también dejaron huella, por desgracia)

Me queda por mencionar a mi propia familia, quiero decir la que creé yo misma junto a mi marido, y se compone, de momento de él y mis dos hijos. Digo de momento porque ellos están ya en edad de empezar a vivir su propia vida,el mayor hace tiempo que la comparte con alguien, aunque todavía vive en casa con nosotros y la pequeña ya tiene también un proyecto (y que pena me da que se hagan tan mayores). Pero todo forma parte de un ciclo, que es el de nuestra existencia.

Y a esto añadiremos lo que tengo propiamente mío, que algo habrá también, aunque soy bastante simple e influenciable, con lo cual me acoplo a casi todas las situaciones y no me ha ido mal de esta manera.

Si habéis aguantado este pequeño tostón y os quedan ganas podéis leer algo de lo que escribo, que es como yo sencillo y simple.

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martes, 13 de agosto de 2013

Un perezoso paseo veraniego.

Un paseo veraniego
Iba yo paseando por mi playa, en ese largo caminar matutino, en el primer contacto del día con el mar, el sol y la brisa. Este paseo que me despierta el apetito, no solo del desayuno, sino de empezar de nuevo un perezoso día, sin obligaciones, un día más y un día menos, de mis vacaciones.
Un paseo por la orilla, ora pisando arena, ora agua, ora espuma blanquísima, ora una alguita verdosa, ora una despistada conchita nacarada que me obliga a dar un saltito y mientras pienso.
Pienso no por ganas de pensar, sino porque esa vocecita que todos tenemos dentro, no para inquieta de susurrarme cosas. Pero mira que se le ocurren unas cosas... hoy repetía machaconamente una canción, una pequeña estrofa.
"Desde Santurce a Bilbao, vengo por toda la orilla, con mi falda remangada, luciendo las pantorrillas"
Y entonces pienso, ¿se podrá realmente ir desde Santurce a Bilbao, por toda la orilla? No conozco Bilbao, ni Santurce, pero ya me pica la curisosidad, al menos en algún tiempo debió poderse hacer ese camino a pie y como yo en mi paseo, por toda la orilla.
Como una cosa lleva a otra, me vienen muchas otras letras de canciones populares, y me vuelvo a preguntar sobre ellas. Sí, se puede pasear por el Madrid más castizo como la florista, con los nardos apoyaos en la cadera, ("por la calle de Alcalá, la florista viene y va, con los nardos apoyaos en la cadera").. O hacerse tirabuzones como en el tanguillo, con las bombas francesas, "Con las bombas que tiran los fanfarrones, se hacen las gaditanas, tirabuzones".
O nos podemos quedar tan solos como los de Tudela, y por eso cantamos de cualquier  manera. O podemos rondar con mil cintas de colores de una capa estudiantil y esperan que no se enamore la niña compostelana ("Cuando la tuna te de serenata, no te enamores compostelana, que cada cinta que adorna su capa es un trocito de corazón")
O llorar en el alfombrado verde de un prado al pie del caserío por Maitechu ("Maitetxu mía, Maitetxu mía, ya no he de verte más).


En fin que he recorrido la geografía española, y de coplilla en coplilla he cubierto el paseo de hoy.






Asun 6 de Agosto de 2013

domingo, 14 de julio de 2013

África, II parte

    **Continúación del relato, "Tranqula, estará bien (África)

 Desde que habían vuelto de África estaban intentando retomar sus rutinas. Ella iba a trabajar, desayunaba con sus compañeros, comía rápidamente, se obligaba a ir al gimnasio, hacía la compra apresurada y procuraba llegar a casa agotada. Solo disfrutaba un poco con la ducha, dejando correr el agua por su rostro y sintiéndose limpia al menos unos minutos. Porque todo lo que hasta ahora llenaba sus días y le daba la cálida sensación de seguridad, le parecía vacío, innecesario, carente de sentido y sobre todo imperdonablemente superficial y derrochador.
En medio de esta desazón, mezcla de miedo e impotencia, solo veía unos ojos. Los de la niña. Su niña. 

Todo lo que le importaba en el mundo se había reducido a esa personita. Aún siendo consciente de que probablemente nunca la volvería a ver, no podía aceptarlo, no quería resignarse a no saber nada, nunca, de ella.
     Las mismas sensaciones, aunque se negara a admitirlo, tenía él. África, atardeceres rojos y amaneceres limpios que poblaban sus sueños, hasta desembocar en una repetitiva pesadilla. Los más dulces ojos negros de la niña más dulce, se quemaban en el rojo del cielo africano.
    El viaje les había abierto una puerta a otro mundo, otra realidad paralela a la suya, pero mucho más difícil y dura. Al atravesar esa puerta no hubo  retorno ni tranquilidad. No podían estar viviendo una vida tan regalada mientras otros seres tan humanos como ellos, carecían de todo y lo peor, sin tener conciencia de ello.
     Sin embargo el viaje también supuso algo bueno en sus vidas. Había hecho que se volvieran inseparables, ya lo eran antes, pero ahora tenían la seguridad de que estaban unidos por algo muy fuerte, algo que se componía de amistad, respeto, entrega, alegría, y a veces dolor. Desde que volvieron parecían ser una misma persona, no necesitaban más que una mirada para saber lo que sentían. Haber vivido una situación tan límite les había hecho conocer el significado del más mínimo gesto, no solo de su rostro, sino de su cuerpo.

     Se volvió para coger las llaves antes de salir hacia el trabajo y para hacer el gesto de despedida que dedicaba a Juan y que consistía en sacarle la lengua en un cariñoso gesto de burla. Pero no tuvo oportunidad de hacerlo, pues el teléfono sonaba insistentemente, y su chillón sonido resultaba extraño a esas horas.
    Ya tenía la puerta de la calle abierta y estaba a punto de salir, cuando se paró en seco al oír “Si, soy yo, si estuve en Ruanda, en Kigali, si, ¿quién?
   
Cerró de nuevo la puerta y volvió al salón, Juan hizo un gesto con la mano conteniéndola, pidiéndole calma, mientras seguía callado y a la escucha. De repente le apremió a buscar un papel y algo para escribir, anotó un nombre y un teléfono de contacto. Luego sin mediar palabra colgó y se dejó caer en el sillón. Estaba totalmente en estado de shock, cada vez más pálido. 
- ¿Quién era?, ¿llamaban de África?, ¿Qué querían?, ¡vamos dímelo!
- Si, era, bueno…, Marc Cottage, o algo así le he entendido, me llamaba desde Kigali, y me ha dado su número.
- Ya veo, pero quién es?, que quieren?
- Por lo que me ha dicho debe ser el que nos recogió en la carretera  y nos llevó hasta aquel poblado, el de la ONG, me ha dicho que le llame luego, no sé qué quiere, y francamente no sé ni cómo puede tener nuestro teléfono.
- Y qué hacemos?, le volvemos a llamar, pero te habrá dicho algo de porque te llama, es… por la niña?
- No lo sé, me ha dicho que le llame luego, a la una. Mira se te ha hecho muy tarde, es mejor que te vayas, y yo también- se había levantado mientras hablaba, y había recobrado el color y con él el ánimo. Buscó la funda de su portátil, y cogió la cazadora, empujando a su novia hacia la puerta del piso.
- Bueno, pero llámame en cuanto sepas algo. Y por favor ten mucho cuidado, no sé que pueden querer de nosotros.
- Ya, no te preocupes, haré la llamada y después te lo contaré todo. Tranquila, no será nada, quizá quiera que le ayudemos, no era de una ONG?
Sonrió mientras le daba un beso suave en los labios y un pequeño tirón de pelo.


A la una en punto, Luz miró el reloj, esperó unos eternos 15 minutos y con el móvil en sus manos, temblando, dudaba en hacer una llamada a Juan. Finalmente se decidió a esperar, era él el que debía llamarla cuando tuviera alguna noticia.

El teléfono se le resbaló sin querer, los nervios, pero por fin respondía a la llamada. Juan le dijo que cuando saliera del trabajo fuera directamente a casa. No quiso contarle nada más.

A las 5 y media, Luz entraba sin aliento en su pequeño piso. Juan estaba allí, sentado frente al ordenador, y tomando notas. La miró muy serio, pero a la vez excitado, con esa mezcla de alegría y preocupación, esa expectación que solía preceder a la partida a alguno de sus viajes. Pero esto no podía ser, no habían vuelto a viajar desde su viaje a África.
- Bueno qué?
- Te preparo un té mientras te cambias, tengo mucho que contarte. Ha sido un día muy largo, y hay muchas novedades.
Luz no protestó, sabía que era mejor no atropellarse, y un té le vendría estupendamente. Estaba segura de que todo tenía que ver con la niña.
Así era todo tenía que ver con la niña, pero jamás se habría atrevido a imaginar, ni en el más optimista de sus sueños, lo que Juan le estaba contando.
- Marc Cotagge consiguió nuestro teléfono y dirección a través del comisario de Ruanda, aquél al que entregamos la niña. Por lo visto, Marc no quiso perder la pista de ella, porque allí la vida tiene muy poco valor, y menos la de bebés que no tienen ningún futuro. Pero según me ha dicho su labor allí pasa por socorrer a cualquier persona con la que tengan contacto. Y en este caso esta niña tuvo la suerte de cruzarse en su camino.

Siguió dando cuenta de  la conversación y a la vez conteniendo con gestos a Luz que quería replicar airadamente a determinados pasajes del relato.
Hasta que quedó muda ante el cariz de los acontecimientos.

Marc se había hecho con la niña, con la excusa de llevarla él mismo, a los Servicios Sociales, tal y como les dijeron a ellos. Pero estos Servicios Sociales no eran lo que su nombre anunciaba, al menos en lo relativo a la infancia. Allí los niños eran tratados según edades, y la clasificación consistía en si tenían edad para empezar su carrera de soldado, niños soldados concretamente.
Así Marc no entregó a la niña, la llevó con él a la sección de bebés. Allí era más sencillo rescatarla de un futuro incierto, o mejor de ningún futuro.
Tan sencillo como hacer una mínima puja, mínima porque pudo convencerles de que la niña estaba enferma, y no valdría ni para trabajar. Entonces se la dieron, no querían perder el tiempo, ni los recursos alimentando a quien no le serviría para nada.
El final de la historia parecía sencillo comparado con todo lo anterior. Marc, volvía a Europa, el día 1 de julio llegaría a Bruselas.

- Y ahora viene lo mejor, llega a Bruselas, y no viene solo.

Luz abrió los ojos aún más, si es que esto era posible. Y enarcó las cejas en gesto interrogativo.

- Si, viene con la niña.

La muchacha se cubrió la cara con sus manos, en un gesto alegre, pero que en seguida se tornó preocupado.

- Y porque nos ha llamado para contárnoslo?
- Cariño, esto parece un sueño, un descalabrado sueño. Al parecer nos quiere entregar la niña, dice que nosotros la queríamos, y que somos lo único que tiene.
- Pero… cómo, cómo…- no acertaba a concluir la frase, Luz tartamudeaba, y sin saberlo estaba llorando. Juan se había acercado a ella y la abrazaba. Tampoco sabía qué hacer, pero estaba seguro de que el día 1 de julio estarían en Bruselas.
La vida acababa de abrir una ilusionante puerta delante de ellos.




 Asun© 15 de julio de 2013


miércoles, 3 de julio de 2013

SAN FERMÍN Y MICHAEL JACKSON.

-Corre
-Si, si, si…

Sin decir nada más empecé a correr, tan rápido que me tambaleé durante una décima de segundo, suficiente para saber que todo podía acabar en ese mínimo instante de tiempo. Y desobedecí la primera regla de la carrera. No mirar nunca hacia atrás, la segunda ley es correr, correr todo lo que se pueda, pero inteligentemente, poniendo los cinco sentidos en ello, para no caer o llevarse por delante al resto de corredores. La tercera es retirarte a un lado cuando te den la orden acordada.

Yo desobedecí la primera, miré en un movimiento breve hacia atrás, muy levemente pero lo suficiente para ver una cabeza enorme, unos ollares nasales, que se inflaban y desinflaban a ritmo frenético y una lengua inmensa saliendo por un morro rodeado de babas, que se desprendían a un lado y a otro, mojando aún más el suelo ya empapado.

Comprendí, que no era el agua lo que hacía resbaladizas aquellas limpias losas del empedrado de mi calle favorita de España, la calle Estafeta: lo que la hacía endiabladamente resbaladiza eran las babas de los toros.

Por encima de su nariz, boca y ojos, vi sus cuernos. Dos estupendas astas que así, a unos centímetros de mi espalda, me parecieron cobrar unas dimensiones imposibles de asimilar.

Y me acordé de mi madre, mamá adiós, de mis hermanos, os quiero mucho, de mi trabajo, compañeros gracias por todo, de mis amigos, no los podía haber tenido mejores… y entre mis amigos estabas tú, te vi bailando tus pasos favoritos, bailabas la secuencia completa del thriller de Michael Jackson, te vi maquillado y vestido como él, en la fiesta de graduación del instituto hace unos años, estuviste genial y te confieso que fue entonces cuando me enamoraste sin remedio y para siempre.

Todo eso vi en ese segundo interminable en que cometía el error de volverme y ver ese miura detrás de mi tan rápido, que finalmente no me hizo ni caso, no reparó en mi, que me apartaba gracias al tirón preciso que me diste en el momento justo.

Entonces nos adelantó, pasó de largo en su loca carrera, mientras yo conseguí pegar mi espalda al cierre de un comercio. Y juraba que me quedaría allí para siempre, pegada a esa pared o a cualquier otra, y que jamás volvería a ver un toro en mi vida. Ni por la tele.

Y tu mirándome y riendo, con la expresión que te deja en la cara el subidón de adrenalina, como si hubieras visto las mismas secuencias que yo en lo que pensaba era mi último momento de vida, te pusiste a bailar aquellos pasos de Michael Jackson.




Asun® 8 de Julio de 2012

martes, 25 de junio de 2013

Soplo de aire fresco (microcuento)



     Cuando ella llegaba, un soplo de aire fresco invadía la habitación. 




     Siempre se olvidaba de cerrar la puerta.




Asun©30 de abril de 2013

domingo, 16 de junio de 2013

Aquellas historias de Marcelina, Barcelona 1943

-*-*- He releído este capítulo de mis historias de Marcelina, y me ha apetecido compartirlo-*-*-

Aquellas historias de Marcelina, Barcelona 1943

Y Marcelina se vio transportada a la España de 1943, bajando de un tren en la estación de Francia, en Barcelona.
- Marce, y ¿Cómo fue que se marchó a Barcelona?
- Muy sencillo, en el pueblo no había más que miseria, y mi madre tenía una prima en Barcelona. Padre y Madre pensaron que yo podría aprender a coser, ya que de hecho lo hacía para mi casa, cosía la ropa de mis hermanos y la nuestra, a partir de  lo que mi madre sabía y alguna mujer más del pueblo, pero yo me apañaba bastante bien, y me gustaba, pronto lo hice mejor que ellas. Y el campo no era buena salida para una muchacha.
     Así que me vi viajando a Barcelona con una maleta mínima, pues mi vestuario se reducía a lo puesto, en ese momento el mejor de mis vestidos, y a otro más de diario. Y con unas pesetas que mi padre pudo reunir para no mandarme sin nada.
Un día entero tardé en llegar, así como suena, 24 horitas. Salí a las 7  y llegué a las 7 del día siguiente.
     Llegué a la estación de Francia. Una estación grande, ajetreada, gente sobre todo humilde, como yo, bueno como yo no tanto, porque yo era una cría, 14 años. 



Pero ni por un momento me sentí acobardada, desde que el primer día me llevó el tío de mi madre al taller de costura donde  trabajaría y a aprendería corte y confección. Una sola vez y al día siguiente, y todos los demás fui y volví yo sola.
      Pero nunca me perdí, y no solo eso, sino que la modista, esa que has visto en la foto, en seguida me hizo el primer encargo, tenía que entregar tres vestidos acabados en los  correspondientes  domicilios de las clientas.
      Y no vayas a creer que estaban cerca unas casas de otras, no para nada. Pero aunque mi memoria siempre ha sido bastante aceptable, en seguida me hice con una libreta. En ella apuntaba todas las direcciones y los tranvías y explicaciones de cómo ir. Y alguna indicación más sobre la marcha, cosas que a mí me iban a hacer recordar el camino. Que si había que pasar por una fuente grande en forma de concha, si pasaba por la puerta del teatro Apolo, que si un edificio que luego supe que era el Gobierno Civil, todo me valía a mí para recordar el camino.
     Y mi mayor sorpresa vino cuando al entregar los vestidos, y cobrar lo que me había dicho la modista, siempre me daban una propina. La primera vez en cuanto llegué al taller, repasamos las cuentas y di todo correctamente a la señora, y además le dije que me habían dado propina y también se la entregaba. “No, Lina, ella me llamaba así, este dinero es tuyo, tu lo has ganado y merecido por haber hecho el camino y la entrega”.
Esto sí que fue una novedad, porque este dinero podía ser enteramente mío, era independiente del que tenía que cobrar por el trabajo.
     Aunque era muy poco, todas las tardes me compraba un cucurucho de almendras tostadas que me sabían a gloria bendita, por lo ricas y por la satisfacción que me embargaba al poder permitirme semejante lujo. Y para las navidades, tres meses más tarde, había ahorrado para mandar al pueblo un vestido para mi hermana Marga, y varias cosas más para mis hermanos. Cuánto orgullo en aquél primer paquete, orgullo por mi parte y más aún por parte de mi madre y mi padre al recibirlo. Su hija Marcelina, lejos de casa pero siempre con ellos y siempre con el pensamiento en los cuatro hermanos que habían quedado atrás.
Uy se me ha ido el santo al cielo, esta cabeza mía quiere hacer como todos los viejos, solo hablar de sus cosas. ¿Qué pesada estoy verdad?
- Pues no, en absoluto, a mi sus recuerdos de juventud me siguen pareciendo un tesoro. Y cada día me doy más cuenta de lo que vale usted, Marce o mejor dicho, Lina.

     Mientras le decía esto estaba recogiendo las tazas del café y miraba a aquella anciana, que se había quedado con la sonrisa de la niña que comía almendras mientras esperaba el tranvía. Un tranvía pequeño, demasiado pequeño para todos los transeúntes que pretendían subir en él, pero que cumplía a la perfección su labor llevándolos a sus destinos.
   Marcelina recordaba cómo a ella no le molestaba esperar a que llegara, porque así tenía la oportunidad de observar el bullicio de la gente. Grupos de jóvenes que igual que ella habían acabado su jornada de trabajo, y reían de cualquier cosa. Vistiendo sus camisas blancas y sus pantalones anchos y sujetos a menudo por tirantes. Mujeres con cinturas bien marcadas y faldas de vuelo de almidón, las más afortunadas con medias de cristal, pero la mayoría luciendo sus bonitas piernas desnudas, y sus tacones siempre a juego con el bolso, ese único bolso y ese único par de zapatos. Qué guapas le parecían a ella, tan recién llegada y tan ávida de conocer e imitar sus maneras.

De nuevo volvió del pasado al escuchar:

- Adiós, hasta mañana, me subo, que mi hijo debe estar a punto de llegar de la universidad.
-*-*-*-*-*-*



Asun.BH® 26 de enero de 2013

viernes, 7 de junio de 2013

Caperucita roja en el metro.

     De nuevo tenía a caperucita delante de él, en el metro, y como siempre envuelta en su abrigo rojo. Hacía calor, la primavera estaba a la vuelta de la esquina, y ella tuvo que quitarse el abrigo, lo que vino a hacerle pensar que ya no iba a parecer caperucita roja, si dejaba de usarlo.

     Habían pasado tres meses, hacía calor, y de nuevo en el vestíbulo del metro estaba ella.

     Corrió con todas sus fuerzas hasta llegar a su lado. Caperucita sollozaba, tambaleándose. Casi sin detenerse le pasó un brazo por los hombros y la consoló, para en seguida seguir su loca carrera.
     Por fin le alcanzó, y sin reconocerse a sí mismo, le arrebató el bolso. Le costó un fuerte forcejeo, el carterista tenía manos duras como garras, y la destreza y fuerza de un lobo joven, pero él tenía determinación y valor, como un leñador fuerte del bosque.

     Cuando volvió junto a la muchacha, se lo devolvió tiernamente, mientras ella alisaba nerviosa, su brillante vestido rojo.




Asun© 16 de abril de 2013

sábado, 25 de mayo de 2013

Vejez, divino tesoro.

- Aparta chaval, te la estás jugando!!!

     No sabía por qué cuando se topaba con los muchachos de finales de 2084 le salía su lado más chulo y provocativo. Por no decir directamente macarra o quinqui.
Pero no, los provocativos eran ellos, si hubieran vivido como ella en los 80, pero los años ochenta del siglo XX, no habría durado ni medio telediario. Claro que ellos qué saben lo que eran los macarras, ni los quinquis, ni siquiera los telediarios.

     Ay… si es que tener el cuerpo de veinteañera no le quita a una el estar a puntito de cumplir la friolera de 125 castañas. Casi ná.
     Aún recuerdo cuando en la década de 2040 los avances médicos en el campo del retraso del envejecimiento empezaron a ser espectaculares. Hasta el punto de que aunque a mí me pillara ya muy, muy madurita, me hicieron retroceder años y hoy tengo este cuerpo espectacular, tanto que francamente no me reconozco, ni le tengo el cariño de antes, cuando de repente me miraba al espejo y veía una arruguita más o esas ojeras, por no decir las adorables canas, ¡vejez divino tesoro!




®Asun, marzo2013

.-.-.-.-
Relato con el que participé en ENTC en marzo.

lunes, 20 de mayo de 2013

El día en que el cacao lo inundó todo. (Los cuentos del pan II)


     Ese día no había amanecido como todos, llovía sin descanso, como si se fuera urgente  vaciar el cielo, por peligro de inundación en el paraíso. Pero esto a Nieves no le hacía arrugar el gesto, ya que significaba que seguramente esa tarde, tendría la visita de Nerea en su panadería. Y últimamente las visitas de Nerea no se reducían a ella sola, ahora venía con algunos amiguitos de su cole. Desde que le contó el cuento de su propio nombre, lo había tenido que repetir en muchas ocasiones, al principio para la propia Nerea, y ahora se podía decir que contaba con un público de pequeños habituales.
     Esto le había hecho acondicionar un poquito mejor el rincón de su tienda que dedicaba a estas meriendas. Había comprado algunos tazones más, siguiendo el gusto de los pequeños,  observando cuál elegían siempre. Y también procuraba tener los bollitos que más elogios obtenían. Todo ello teniendo en cuenta que fueran lo más sanos posibles, hasta el punto de que en su mini horno de pastelería hacía siempre para la ocasión algún bizcocho, que rellenaba de chocolate, o que horneaba con frutas, para que las mamás no fueran a quejarse de nada.
     Y lo cierto es que estas pequeñas inversiones estaban recompensadas con creces, porque las mamás pagaban encantadas las meriendas de sus hijos, y porque ella había dado un nuevo sentido a su panadería. Principalmente porque disfrutar de la compañía de los niños era un regalo, sobre todo para ella que no había tenido hijos en su corto matrimonio. Y además había notado un incremento de clientes, ya que se había formado una cadena de propaganda “boca a boca” y ahora era mucho más conocida en el barrio y cada vez más, fuera de él.
     A las cinco y cuarto de la tarde, la tranquilidad se rompió como el cielo con los relámpagos y truenos de la tormenta. Un torbellino de paraguas, mochilas con ruedas, y atropellados empujones, hicieron su entrada en la panadería. Todos ellos, paraguas, mochilas, empujones y gritos pertenecían a cinco niños: Nerea y cuatro de sus inseparables amiguitos.
     Detrás con algunos minutos de retraso, cuatro mamás y un papi, que entran también entre paraguas y resoplidos. Con todos ellos la panadería está abarrotada. Apenas queda sitio para moverse, y hacerse entender es también complicado.

- Nieves, querida, perdona, no hemos podido hacer nada, los niños se han empeñado en venir. Y han echado a correr y aquí estamos.
- No pasa nada, ya sabéis que me encanta verlos. Y el día está malísimo, así que si queréis me los quedo un poco.

     Padres y madres la miraron con esa expresión entre alegría, apuro, y sobre todo admiración. Todos pensaban que quedarse con su retoño era ya un castigo, pero quedarse con el suyo y  los demás, eso ya la subía a categoría de santa o masoquista.
     Pero se los dejaron, y ella rápidamente en cuanto el grupo de progenitores desapareció, vio como los niños se calmaban y ordenadamente ocuparon sus sitios alrededor de la mesa del rincón. Incluso antes de sentarse, ayudaron a poner las tazas y elogiaron el bizcocho. Todo porque querían cuánto antes empezar a disfrutar de otra de sus historias. Historia que  mientras recogía el cacao derramado en la mesa, empezó a fraguar en su mente. Y cuando todos habían acabado su merienda, empezó su relato:

“Habían pasado cuatro años desde que nació Nieves, la niña de Juan y Manuela. Aunque  ya iba al colegio,  había llegado el verano y con él las vacaciones.
Esa mañana  estaba desayunando en la cocina, y su madre había guardado ya el bote del cacao. Pero a la niña le gustaba mucho, y siempre quería comérselo a cucharadas, aunque luego le daba la tos y casi se ahogaba.
Así que en cuanto su madre  salió un momento se subió a un taburete y cogió el bote, lo abrió y sin esperar a bajarse, quiso coger una cucharada, no fuera a ser que su madre volviese y la sorprendiera.
-¡Nieves!
Manuela acababa de entrar, y Nieves tenía la boca llena de cacao. Como era de esperar por el susto, empezó a toser, y a tambalearse en su taburete. Su madre entonces también se asustó y corrió hacia ella para sujetarla. Y en medio de todo ese barullo el bote de cacao salió  volando por los aires.
Voló el bote y voló el cacao. En un segundo toda la cocina estaba cubierta por una capa de color marrón.
Ellas no se dieron cuenta de nada hasta que Nieves se había bajado de su sillita y se encontraba segura de pie en el suelo. Pero entonces las dos miraron a su alrededor y se quedaron paralizadas, sus bocas abiertas. La boca de Manuela fue torciéndose a hacia abajo, cada vez más, hasta parecer completamente enfadada. La boca de Nieves fue torciéndose hacia arriba, en una inmensa sonrisa, estaba completamente entusiasmada, no era para menos, toda su cocina parecía un pastel con cobertura de chocolate en polvo…”

En este punto su auditorio infantil, encabezado por Nerea comenzó a aplaudir. La visualización en sus cabecitas de sus propias cocinas, las de sus casas, totalmente cubiertas de cacao en polvo, estaba claro que los hacía inmensamente felices.


La Lechera (De Melkmeid)-Johannes Vermeer, h. 1660-1661-Óleo sobre lienzo • Barroco
44,5 cm × 41 cm-Rijksmuseum, Ámsterdam,  Países Bajos






Asun©20 de mayo de 2013

jueves, 16 de mayo de 2013

El crac de 2013





     Uy!! Casi me pillan. Cada vez es más difícil hacerlo. Ya me tengo que esconder hasta de mi madre.

     Aún recuerdo cuando ella misma me leía cuentos antes de dormir. Y sus comentarios delante del televisor cuando veíamos las noticias. Nos hacían mucha gracia sus aspavientos, su indignación tan espontánea, cada vez que aumentaban las cifras de lo sustraído mediante corruptelas imposibles de asimilar. Y su cara tragicómica al decir que llegaría el día en que nadie querría estudiar, porque la cultura no serviría para nada.
     Y el día llegó, no solo no se estudia, es que las escuelas y universidades son ya cosa de leyenda. Es difícil encontrar menores de 10 años que sepan leer y escribir. Claro que también empieza a ser difícil encontrarlos porque la sanidad después del crac de 2013 se vino abajo y la mortalidad creció exponencialmente.

     Otra vez!! Hoy están especialmente peligrosos, no sé si voy a poder salvar este libro.

 * * * * * 

Este microcuento es mi aportación a la tercera jornada de la convocatoria "La primavera de microrrelatos indignados 2013".

Asun 16 de mayo de 2013

miércoles, 15 de mayo de 2013

Historia de una (o dos gemelas)


     A veces, como me aburro tanto me invento historias. Historias que me cuento a mí misma, en mi cabeza. Si pudiera se las contaría a los demás, pero como me conocen sabrían que son mentira y no comprenderían por qué siento que falta alguien a mi lado.


     Y es que  todo lo que imagino me pasa junto a mi hermana “imaginaria" gemela. Y todo el mundo sabe que soy hija única y por tanto no tengo hermanos ni hermanas, y menos aún una gemela.

     Y  eso es lo que más me gustaría, tenerla a mi lado. 
Aunque hay días que se levanta, ella, la imaginaria, mi hermanita querida, que no hay quien la aguante. Nada más ver cómo le da vueltas con la cuchara al café que nos tomamos antes de irnos a trabajar de pie en la cocina, ya sé que es mejor no hablar con ella hasta que lleguemos por lo menos al metro. Luego ya es otra cosa, siempre que haya sitio para sentarse que si no tampoco se le puede dirigir la palabra todavía.

     Pero, aparte estos malos despertares, tiene unos detalles que hacen que la quieras... Por ejemplo, siempre se acuerda de lo que le comento, a veces ni yo misma recuerdo habérselo dicho. Y siempre sabe lo que me apetece, o si de repente tengo frío y me trae lo que quiero o me hecha por encima de los hombros la chaqueta.

     Es un cielo, lo peor que tiene es que en realidad no existe, pero de eso ella tampoco tiene la culpa.

     Hoy debe estar muy enfadada, porque no la he visto (imaginado) como todos los días en la cocina tomando el café. Se ha debido de ir sin esperarme.

     Bueno, ya está bien, vais a pensar que estoy loca, ya sé que no existe, pero es que hoy más que nunca tengo  la sensación de estar sola, y necesitarla.

     Ya estoy en el metro,  mira que suerte hay un sitio, voy un poquito rápido para cogerlo y vaya me choco con otra chica, y esta es de carne y hueso, ¡Ay! que burrita, me ha pisado y todo, ¡si que tiene ganas de sentarse!

      Pero, pero, pero... ¡Ay cuando me mira! Si tiene mi misma cara, si no hay duda parecemos la misma...



                    Asun.® Junio de 2011

viernes, 26 de abril de 2013

Los cuentos del pan


- ¿Y ahora qué hacemos?

Se quedó callada, era verdad ¿ahora qué hacían? Por un momento empezó a pensar que no había tenido una buena idea al ofrecerse a quedarse con Nerea en la panadería, pero enseguida recapacitó.

- Pues te puedo contar un cuento.
- Vaaaale, el de Caperucita?
- No, el de Nieves.
- El tuyo, tú te llamas Nieves.
- Si el mío.

    Acomodó a la niña alrededor de la mesa camilla que había en un rincón de la tienda, le hizo quitarse el abrigo y ambas se pusieron cómodas. Antes de empezar a hablar miró a su alrededor, nunca le pareció más confortable aquel lugar.
    Puso dos tazas de leche a calentar, y dejó que Nerea se echara todo el cacao que quisiera, aunque vigiló que no sobrepasara tres cucharadas. Y con el calorcito que dejaba la leche en sus manos empezó una historia:
- Hace muchos años, en una ciudad pequeñita, vivían Juan y Manuela, hacía dos veranos que se habían casado. Y por fin ese invierno Manuela supo que pronto los visitaría la cigüeña.
- Para qué les iba a visitar la cigüeña?
- Antiguamente cuando una mamá iba a tener un bebé se decía que iba a venir la cigüeña- y antes de que Nerea preguntara el correspondiente ¿por qué? Ella se adelantó- Porque se decía que a los niños los traía la cigüeña, porque era costumbre decir esto y lo hacía todo el mundo.
-Vale y que pasó?
- Juan y Manuela estaban muy, muy contentos con la llegada de su bebé, y los dos estaban seguros de que sería un niño. Juan solo tenía hermanas y siempre deseó jugar con un niño. Y Manuela no tenía ni hermanos ni hermanas, así que le daba igual y solo quería ver contento a su marido.

Cuando el invierno tocaba a su fin, y el viento era mucho más cálido, y en el jardín algunas plantas empezaban a enseñar brotes verdes en sus troncos, Manuela sintió que su barriga era ya tan grande que no podría crecer más.
Esa noche al acostarse, tenía una sensación rara en su interior. Juan le dijo que sin duda era porque había cambiado el tiempo, se había vuelto tan frío que hasta parecía que iba a nevar.
- Si aquí no nieva nunca, le dijo Manuela.

Pero  a la mañana siguiente, cuando levantaron la persiana del dormitorio, vieron que todo estaba cubierto de una gruesa capa blanca. Era preciosa, tan blanca, que a Manuela le hubiera gustado preguntar a los copos con qué se lavaban para estar tan limpios.

Pero no pudo ni preguntar eso ni nada, porque sintió que el bebé estaba llegando. Juan corrió todo lo que pudo, pero con cuidado a la vez, para no caerse en la resbaladiza nieve. En seguida trajo el coche a la puerta de casa, y Manuela subió torpemente, y un poco asustada, traer un bebé al mundo, no era cosa sencilla.

Pero unas horas más tarde, en el hospital de la ciudad, el nuevo bebé estaba en manos de su nueva mamá y su papá lo miraba tan embelesado que se le cayó una gruesa baba, justo en su naricita.- Nieves hizo una pausa, pues Nerea reía divertida, sin duda imaginando la caída de la baba en la nariz de la bebé. Y prosiguió:
- Ten cuidado que me ahogas a la niña!! Y entonces cayeron en la cuenta de que había sido una niña, y no tenían pensado ningún nombre de niña.

 Muy preocupados se quedaron en silencio, mirando por la ventana y viendo cómo los blancos copos de nieve seguían cayendo juguetones. Hasta que los dos gritaron a la vez: NIEVES!!! Y con su grito la niña se asustó y comenzó a llorar, mientras ellos reían, Nieves, se llamará Nieves.

Nerea se quedó unos segundos con la boca abierta y una grandísima sonrisa, y de pronto empezó a aplaudir.
Menos mal, pensó Nieves, no tengo que preguntar si le ha gustado, está bastante claro.
Y la puerta de la panadería se abrió. La madre de Nerea volvía para recogerla después de hacer sus recados, y estaba asombrada al ver la escena.


 Asun® 26 de abril de 2013

Obra: Niños comiendo uvas y melónAutor: Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682)Fecha: Hacia 1650Estilo: BarrocoTécnica: Óleo sobre lienzo

lunes, 22 de abril de 2013

Un desván con sueños



En vísperas del día internacional del libro, yo voy a hablar de música. De canciones, y de cantantes. En realidad hablaré de amistad. Porque mis protagonistas hoy son dos cantantes, que aman la música, pero ante todo son mis amigas.
Esas de las que nos gusta presumir, porque son antes que nada buenas personas. Son dulces, inteligentes y tiernas, y además tienen carácter, y lo han demostrado con creces sabiendo resolver las duros lances que ha traído consigo el mejor de los oficios, el de vivir.
Así mientras ellas cumplen un sueño, que es el de cantar en un escenario, con público, y ciertos medios técnicos, nos hacen el mejor de los regalos, que es disfrutar de sus voces y ese don que tienen de hacer suyas cuantas melodías y letras interpretan.
Un placer para mí contar al mundo que tengo tan especiales y queridas amigas. 
Sin duda un tesoro guardado en el desván de nuestros corazones, ese desván donde en la mayoría de las ocasiones almacenamos lo más importante, y no por escondido lo tenemos olvidado.
Un beso enorme y mi deseo de que no dejéis nunca de realizar vuestros sueños.

 Para vosotras: Luz y Marina



                                        




martes, 9 de abril de 2013

La fotografía


Si os parece haberlo leído ya, estáis en lo cierto, es una reposición. Se debe a que a mi me gustó mucho escribirlo y lo hice hace justo un año.

La fotografía.  
     Un nerviosismo imposible de controlar se apoderó de mí. Estaba leyendo un artículo en el suplemento semanal del periódico, y no le prestaba mucha atención, pues a lo largo de toda la semana la noticia  del centenario aniversario, se había repetido en todos los medios. Y esto unido a la reposición en  los cines y televisión de todas las películas que trataran sobre este tema, o se acercaran mínimamente a él, me había llegado a cansar y a aburrir.
     Pero ahora tenía delante de mí aquella foto, con la imagen de esa cafetería, no tan  vistosa como los salones que se reproducían en las páginas posteriores y que hacían gala de la más ostentosa decoración, de la que los ricos de principios del siglo XX gustaban de rodearse.
     Y no cabía duda, era el mismo lugar de la única foto que conservo de mi abuelo,  que nos había enviado uno de sus socios ingleses, y que nunca supe donde estaba tomada.Creyendo erróneamente que era la terraza  de algún  café de Inglaterra, donde él se encontraba a causa de sus negocios. Y de donde nunca regresó, sin que nadie supiera porqué… hasta ahora.
     Y mi interés por el hundimiento del Titanic cobró una fuerza imparable que me haría llegar hasta el final.


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Asun 15 de abril de 2012

jueves, 21 de marzo de 2013

Lo que empecé a ver cuando perdí la vista



¿Se puede llorar sin ojos? Ojalá no tengas que averiguar por ti mismo esta respuesta.
Sí, se puede llorar sin ojos. También se puede llorar sin lágrimas. Es desde luego un llanto menos poético, menos vistoso, no tiene comparación. Apenas nadie se da cuenta, casi nadie repara en ello, no te sientes molestamente observada. A cambio les pagas con la misma moneda, tú tampoco les observas a ellos. No les ves.
Es curioso piensas que al perder la vista la oscuridad te va a tragar como un pozo mas sediento de ti que de agua. Y crees que vas a perder todas las imágenes que pueblan tu mente, y que solo habrá un vacío, un abismo al que el vértigo te impide asomarte.
Da vértigo, pero se pasa. Cuando al fin te decides a salir de nuevo a la calle, a salir de nuevo a la vida, encuentras que ese vacío al que temías está lleno de otras cosas. Primero la atención que has de poner en cada paso que vas a dar aúna todos tus sentidos en ese esencial cometido.
Luego te invaden los ruidos, parece que te han instalado un amplificador magnífico, captas todas las voces, y a través de ellas intuyes a sus propietarios, oyes todos los pasos, decenas de pares des pies caminando, más despacio o más aprisa. Y también intuyes a sus propietarios, taconeo para ellas, pisadas grandes y enérgicas para ellos, correteos infantiles apoyados en sus risas y voces cantarinas para los más pequeños. El mundo está en su sitio, no ha desaparecido, solo que  lo ves de otra manera, a través de tus oídos.
También sabes que las calles siguen estando ahí. Los coches... es curiosos pero reconozco algunos tubos de escape… ese catalizador… hay que cambiarlo.
Las motos, hay que envidia, nunca fui motera, pero ahora quisiera poder conducir una.
Y hasta los semáforos, oigo su clak cada vez que cambia su luz y sé perfectamente que se pone verde por el sonido detenido momentáneamente cuando los coches paran y cruzan los peatones. Es genial, lo tengo controladísimo, sé que soy más rápida cruzando que el resto de viandantes, aunque vean. Al final me gusta ponerme retos de este tipo, empiezo a disfrutar de mi nueva condición, a menudo me digo soy invidente, pero no estoy ciega.
Otra cosa en la que he reparado es en los animales, la ciudad está llena de animales, sobre todo perros, ladridos y jadeos, perros grandes o pequeños, impacientes o tranquilos. Ahora  los veo de esa otra manera, siguiendo el rastro de sus sonidos, y a veces, increíble pero cierto, de sus olores.
Pero sin duda los reyes de la fauna urbana son ¡los pájaros! La ciudad es hogar de miles de ellos. Hay infinidad de maneras de piar, cada una correspondiente a una clase de ave. Ironías de la vida, ahora que los distingo, no puedo verlos.

Así es la vida, cuando aprendes a apreciar la enorme diversidad que el universo nos ofrece, es precisamente cuando ya no puedes verlo.

La gallina ciega
Francisco de Goya, 1789-Museo del Prado, Madrid, España



Asun© 21 de marzo de 2013



miércoles, 13 de marzo de 2013

§ Caballero de fina estampa, caballero §

riMuseo del Prado
§ Caballero de  fina estampa, caballero § 
Siempre en su cabeza, sonando a todas horas, la melodía y la letra  aquella , caballero de fina estampa, caaaaballero.
Pero en realidad en quien pensaba era en él. Lo había visto ocasionalmente en las tertulias de la televisión. Ocasional e indignantemente, porque sus opiniones sugerían una ideología diametralmente opuesta a la suya. Vaya con el caballero.
Pero la magia del zapping televisivo sin saber cómo, hacía que siempre terminara viéndole a él, defendiendo teorías absurdas y trasnochadas.
Y la magia de la vida también le puso una tarde de invierno delante de él. El caballero de fina estampa, un lucero.
Un lucero que vino a iluminar su vida.
Caballero, buen caballero, que cede su paso a la dama, y la saca del edificio apenas un segundo antes de que se derrumbara sobre sí mismo, a causa del terremoto.


Asun© 13 de marzo de 2013

'Amalia de Llano y Dotres, condesa de Vilches' 1853, Madrid, Museo del Prado





lunes, 11 de marzo de 2013

Viaje maldito



Cuando despertó pensó que estaba en el cielo. Debía de haber dormido mucho, porque se sentía llena de energía, renovada, y feliz. Notó la agradable caricia de una tibia luz en su cara, el sol. Giró la cabeza y vio que los rayos se filtraban entre las finas lamas de la  persiana de una gran ventana.
Abrió los ojos de golpe, no conocía  esa ventana, ni la habitación a la que pertenecía.
Pero era tan confortable la ensoñación que la envolvía, que de nuevo se sumergió en la profundidad calmosa de ese cielo.

Repentinamente apareció una sombra roja. Una llamarada. Todo se dio la vuelta, la tranquilidad se volvió agitación. Veía el mar, pero era un océano enfadado, las olas no eran de agua azul, eran de oscuro fuego rojo.

Ahora pensó que estaba en el infierno. Se quemaba y con ella muchos más.

Recordó un vagón de tren y un  ruido ensordecedor que lo llenó todo.




Se dejó caer de nuevo en la dulzura de otra ensoñación. Alguien con bata blanca le había tomado el brazo y buscando sus venas, introdujo un poco de paz en su cuerpo y su alma, a través de una afilada aguja.



Asun® 19 de enero de 2013

Obligado recuerdo para un 11M

viernes, 8 de marzo de 2013

Las dos caras de ella.



     No lo podía evitar. Después de ser la adolescente mas rebelde y contestataria.     Después de discutir con su madre día sí y día también, por culpa de esos pantalones y camisas que eran todo menos femeninos (suerte que tenía cuatro hermanos y usaba sus ropas).
     Después de casarse y tener hijos, pero aún así hacer ver, sobre todo a su maridito, que ella no era la esclava de nadie y la casa, las ropas, e incluso las comidas no distinguían si las limpiaba, planchaba o cocinaban manos masculinas o femeninas.
     Después de todo eso, ahora no fallaba a su cita semanal de peluquería, disfrutaba como antes lo habría hecho asistiendo a la ópera, con los días de compras pateando, literalmente, los centros comerciales. Aceptaba que le abrieran la puerta del coche, o del ascensor y la dejaran pasar (y hasta movía un poquito más de lo necesario sus caderas).
    Y… qué demonios hasta se hacía la ingenua con comentarios del tipo ¡Pero qué fuerza, por dios!!!, a la vez que ponía esa carita de ¡si no lo veo, no lo creo!, con la boca abierta y los ojos de auténtica sorpresa y admiración, esa carita y expresión que le valían, si hubiera querido, estar continuamente invitada a lo que se le antojara en ese momento, porque además ¡¡¡era rubia!!!
    No lo podía evitar. Solo a veces en la ducha, con el agua cayendo por su cuerpo, mientras disfrutaba de uno de los mejores momentos del día, se prometía dejar de martirizar un poquito al prójimo (los hombres). Aunque realmente no era para tanto, nunca llegaba la sangre al río y jamás había puesto en evidencia ni se había burlado de nadie.
  Pero luego salía con su albornoz, la toalla envolviendo su cabello, y miraba su imagen de refilón en el espejo, y se decía. Otro día más para comernos el mundo!!!!

     Definitivamente, no lo podía evitar, de alguna forma tanto la mujer reivindicativa de igualdades y derechos, como la de convencionalismos y tópicos, eran ella misma, como una moneda, se había dado cuenta de que a veces se pueden tener dos caras, y que elegidas libremente y siempre desde el respeto a los demás, las dos pueden ser igual de buenas y legítimas.



AsunBH®8 de marzo de 2013

miércoles, 27 de febrero de 2013

El mundo de Adán y Eva.



"Aquest és un conte sobre un món feliç, on les persones no han de demostrar res, sinó ser simplement " humanes ": cadascuna aporta a la societat el que està a la mà, d'acord a les seves capacitats, i tant valor té una obra d'enginyeria, com el somriure que et dóna la pau per descansar fins al dia següent.

Este es un cuento sobre un mundo feliz, donde las personas no tienen que demostrar nada, sino ser  simplemente “humanas”: cada una aporta a la sociedad lo que está en su mano, de acuerdo a sus capacidades, y tanto valor tiene una obra de ingeniería, como la sonrisa que te da la paz para descansar hasta el día siguiente.
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     Eva vivía en un mundo donde todas las personas eran felices. Pero en su casa además eran muy afortunados. Eva había  tenido la suerte de vivir en una familia donde se sabía lo que era el amor verdadero. Sabían el valor de los gestos sin palabras. Sabían lo que era tener la recompensa de lograr dar un pasito después de mucho y mucho esfuerzo. Compartían la alegría del ver realizar  un pequeño nuevo movimiento. Y tenían siempre la ternura en los ojos, y nunca, nunca tenían que disimular sus sentimientos. Y por eso el resto de la sociedad los cuidaba y apoyaba mucho, en todo lo que necesitaran, porque era un orgullo y un privilegio tenerles como vecinos, y ese tesoro que tenían y era su hermano Adán, no se podía estropear ni perder, a cambio ellos compartían este cariño, con todo el que quisiera acercarse a su casa, pues sus puertas estaban siempre abiertas.

     Sin embargo Eva, aquél día había escuchado algo que no podía sacar de su cabecita. Estuvo pensando en ello mientras comía en el comedor del cole. Mientras dibujaba en clase por la tarde. Mientras corría y se columpiaba en el parque. Volvió a recordarlo cuando acabó los deberes en su cuarto y también cuando papá terminaba de bañarla y mamá hacía la cena que olía tan bien y le hacía desear estar todos juntos sentados en la mesa.
     Había escuchado algo, que supuso era un cuento para niños, una leyenda de miedo, para asustar.
     Escuchó que en otros tiempos, muy, muy lejanos los hombres eran crueles, no respetaban ni a las plantas, ni a los animales, pero lo que menos respetaban era a las personas. A unas determinadas personas a las que llamaban con nombres horribles, que daban miedo como por ejemplo disminuidos, retrasados, lisiados, y muchos más apelativos, todos igual de feos.  Y además los ocultaban como si fueran una vergüenza y solo porque no podían ver o escuchar o andar. O porque vivían como si estuvieran siempre pensando y no tuvieran necesidad de comunicarse con los demás, justamente igual que su hermano Adán. Pero Adán era su alegría, la razón de existir de su familia, y  el orgullo de todos los habitantes de su ciudad.
     Y mientras Eva y su familia cenaban, fueron saliendo de su cabecita, poquito a poco esas feas imágenes, salieron uno a uno aquellos nombres.
     Riéndose con Adán, que no cesaba de moverse de un lado a otro, y a su manera también se reía, olvidó todo lo escuchado porque sencillamente no cabía, ni tenía sentido en su mundo.



Asun ®  11 de noviembre de 2011
Dedicado a mi amigo escritor Gabriel y a su hija Àgatha, con todo el cariño que él sabe que le tengo.