Un golpe seco, seguido del chirriar de ruedas en el asfalto y una columna de humo. Una escena digna de una película, pero que se me ofrecía delante de mis ojos, tan real como los primeros copos de aquella nieve de algodón blanco que se empezaban a columpiar en su lánguida caída hacia la carretera.
Estaba paralizada contemplando la escena, sin comprender que las ruedas que arañaron el pavimento eran las mías en ese interminable frenazo para no empotrarme también en la parte trasera del coche que me precedía.
En mi cabeza la imagen de mi madre tirándome un beso desde la ventana y sus palabras un momento antes en la puerta de casa “adiós, cariño, ten mucho cuidado con el coche”
Algo me nubla aún más la vista, y no son solo mis lágrimas, todo se tiñe de rojo. Mi sangre. Y un dolor agudo en la cabeza. Y yo contestando “claro, no te preocupes, te llamo luego mami” y salgo corriendo escaleras abajo, hacia mi coche nuevo.
Me sacudo las lágrimas, la sangre y el miedo, porque en el coche de delante alguien se está moviendo. Unos brazos asoman por el hueco de donde antes estuvo la puerta, y se agitan.
Tengo que salir, como puedo me libero del cinturón de seguridad, y de una masa blanca, claro… el airbag, es enorme, jamás me lo habría figurado así.
Las pelusillas blancas que caen, bailan delante de mí, son preciosas, quiero quedarme viéndolas y jugar con ellas, y ellas tiran de mi y jugando me llevan hasta esa persona del coche delantero. También está cubierta de sangre, pero mueve la boca y no sé lo que dice, creo que es una muchacha como yo, y a su lado un señor, o un joven, pero él no se mueve.
Noto que las piernas no me sujetan más, la nieve me quema y ya no quiere jugar conmigo. Pero tengo tiempo de decirle a mi “amiga” que todo está bien, y que ya vienen a ayudarnos. Le tomo las manos y me siento en el asfalto a su lado, pero una nube negra empieza a taparlo todo, todo, todo.
…………………
Estoy muy nerviosa, no sé si cambiarme otra vez de ropa, esta falda es muy seria, y el pelo ¡me ha quedado fatal!, pero tengo unas ganas locas de verlos de nuevo.
Mi madre como siempre llamándome pesada, ¡ya voooy!
Allí están en la puerta del museo, donde hemos quedado, quizá entremos, o quizá no, veremos si nos apetece o preferimos hablar y contemplarnos largamente. Porque eso es lo que necesitamos, sentirnos juntos de nuevo.
Nuestras caras lo dicen todo, las sonrisas que se han dibujado son el reflejo de la felicidad de volver a vernos, todos nos sentimos bien, yo les miro atentamente y compruebo que es cierto, a María no le quedan apenas señales en su cara, y para demostrarme sus progresos desde que me ha visto está agitando los brazos a lo tonto, sobre todo el derecho, el más afectado y que ha requerido varias reconstrucciones quirúrgicas.
Pablo, me demuestra como baila en su silla de ruedas, y parece haber desaparecido la sombra que nublaba sus ojos, en los días de hospital.
Yo a mi vez me retiro la melena y el flequillo que camufla la honda herida de mi frente, de la que apenas queda más que un recuerdo mezclado con copos de nieve.
Y decidimos entrar al museo.
Asun 31 de marzo de 2012