El puñetero ojo de la
cerradura era demasiado pequeño. No conseguí ver nada. Pero los ruidos
procedentes del cuarto eran suficientemente reveladores. Traqueteo de muelles, gemidos
y hasta algún gritito sofocado. Me fui
de casa no dando crédito. No podía ser. No, él no, jamás. Y menos el día de mi
cumpleaños.
Volví ya muy entrada
la noche, con mil mensajes y otras tantas llamadas ignoradas. Él me esperaba y
parecía preocupado de veras, entonces vi una caja que se movía, rodeada de un
gran lazo rosa. Dentro mi regalo, que jadeaba y daba grititos agudos.
— No sabes la pelea que tuvimos hasta que lo conseguí meter ahí.