Había asistido con gusto a aquel
anciano que se granjeó su respeto y cariño. Ingresó desde una humilde
residencia del barrio de Beicon Hill de Boston. Pero allí apenas sabían de él
su nombre y que un despacho de abogados pagaba puntualmente su mensualidad. El
director de la residencia le visitaba todas las tardes a las 5 y acompañaba el
mutismo en que Mr Frank llevaba años hundiéndose.
Sin embargo con él, el más joven
médico del hospital, se había abierto como se abre un ventanal en medio de la tormenta.
Esa mañana poco antes de cerrar
definitivamente sus ojos había dibujado un tosco boceto para enseñarle la que,
según decía era su casa.
Su casa, pero si parecía un
palacio, o una iglesia.
Esa tarde, mareado y confuso
regresó a su apartamento con una copia del testamento:
Boston, March 1, 2014
“Don Francisco de Goya y Aguirre,
natural de Fuendetodos, provincia de Zaragoza, España, en pleno uso de mis
facultades mentales, nombro heredero universal de todos mis bienes, y
especialmente de los que hoy se exponen en la que considero mi verdadera casa,
el Museo del Prado de la cuidad de Madrid capital de España, a mi médico
personal.”
Asun© 1 de marzo de 2014