De nuevo tenía a caperucita delante de él,
en el metro, y como siempre envuelta en su abrigo rojo. Hacía calor, la
primavera estaba a la vuelta de la esquina, y ella tuvo que quitarse el abrigo,
lo que vino a hacerle pensar que ya no iba a parecer caperucita roja, si dejaba
de usarlo.
Habían pasado tres meses, hacía calor, y
de nuevo en el vestíbulo del metro estaba ella.
Corrió con todas sus fuerzas hasta llegar
a su lado. Caperucita sollozaba, tambaleándose. Casi sin detenerse le pasó un
brazo por los hombros y la consoló, para en seguida seguir su loca carrera.
Por fin le alcanzó, y sin reconocerse a sí
mismo, le arrebató el bolso. Le costó un fuerte forcejeo, el carterista tenía
manos duras como garras, y la destreza y fuerza de un lobo joven, pero él tenía
determinación y valor, como un leñador fuerte del bosque.
Cuando volvió junto a la muchacha, se lo
devolvió tiernamente, mientras ella alisaba nerviosa, su brillante vestido rojo.
Asun© 16 de abril de 2013