Las monedas tintinearon al chocar entre sí, antes de sumergirse. A su vez las risas frescas y limpias de los jóvenes cesaron hasta que comprobaron que todas las lanzadas, hubieran hecho blanco en las cristalinas aguas de la fuente. Luego volvió a estallar el griterío.
De fondo la resignación del profesor de historia. No podía con esos muchachos, solo sabían reír, y sacar punta a todas sus explicaciones.
Sin embargo estaba feliz. El viaje de fin de curso terminaba, y había sido un broche perfecto para cerrar su larga carrera. Seguramente sus alumnos no habían aprendido toda la historia del arte que él pretendió enseñarles. Pero siempre recordaría las muchas ocasiones en que le escucharon con la boca abierta, aunque luego soltaran la risotada y gracieta de rigor.
Así que él también arrojó su moneda.
Y las monedas y la fuente cumplieron su misión: todos volvieron.
Los alumnos, años más tarde y con diferentes motivos. Lunas de miel, viajes de negocios, importantes reportajes fotográficos, aburridas visitas familiares… y el profesor, aunque nunca había vuelto a viajar, volvió muchas veces más.
Volvía siempre en la memoria y en el corazón de cada uno de sus alumnos.
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Asun ©9 de septiembre de 2013