El
peluche
Cuando
fue a vivir con Mario nunca creyó que pudiera haber una fecha que pusiera punto
final a su historia de amor. Un amor a primera vista.Tanto que apenas habían
transcurrido unos días desde el momento en que se vieron por primera vez y el
día en que ella se trasladó a su casa.
Se
instaló directamente en la habitación de Mario. Compartiendo su cama. Ella era
la última imagen que él veía al cerrar los ojos cada noche al dormir, mientras
la acariciaba y susurraba los mas dulces “buenas noches” y le pronosticaba con
toda seguridad que el día siguiente sería otro día perfecto, nada malo podía
ocurrir teniéndola a su lado.
Y era lo primero que veía cuando amanecía
su nuevo día, su figura pequeñita, su pelo revuelto por el desorden de la
noche, que a veces era loca fruto de los sueños de pasión e impetuosa juventud
de Mario.
Así
transcurrieron algunos años, deslizándose el tiempo suavemente, sin hacerse
notar. Y ocurrió lo que tanto le repitieron al principio, la frase maldita
comenzaba a hacerse realidad: nada es para siempre.
Mario
había crecido, físicamente, pero sobre todo como ser humano, había afianzado
mucho, y quizá demasiado aprisa, su personalidad. Y ahora ella escuchaba de nuevo
aquellas voces que le decían: se cansará de ti aún antes de que tu cuerpo
pierda su firmeza, tu pelo ese brillo y gracia
tan irresistibles, y tu piel la suavidad que hace que las manos no puedan dejar
de acariciarte.
Y
así fue, una mañana, cuando ya hacía algún tiempo que ni siquiera compartía las
noches de Mario, y sus días no empezaban con sus miradas entregadas y esos
desayunos compartidos.
Esa
mañana, no fue él quien la apartó para siempre de su lado.
Fue su madre, la madre de Mario, que la había
querido casi tanto como él, quien la observó y con infinito cariño y delicadeza
la tomó en sus brazos, la besó y la depositó en una caja, junto con otros
muchos juguetes ya viejos, algunos mutilados fruto de tantos momentos de juegos
inolvidables. Y que como ella, la
preciosa ovejita de peluche blanco tan dulce como el algodón de azúcar, habían
compartido las interminables confidencias de niño feliz, y habían aliviado
tantas noches de miedos infantiles.
Asun 28
de abril de 2012