Hola, aunque parezca raro soy un espejo, ¿Qué los espejos no
hablan?, serán otros, yo sí. Vivo en esta casa hace mucho tiempo, desde que me
trajo la dueña, mi querida amita Marina. Con Marina vive también su novio
Jaime, ambos son muy jóvenes, pero un día decidieron que estando tan bien
juntos, debían dar el siguiente paso y no vivir ni un minuto más separados.
Ella me descubrió en una tienda de esas donde se vende de
todo y casi todo al mismo precio. En realidad no me descubrió ella, sino que yo
la elegí. Se puso delante de mí y miró su reflejo y el que yo le devolví le
gustó mucho. Porque los espejos podemos ofrecer la imagen que queramos de cada
persona que viene a ponerse frente a nosotros.
Tenemos un sentido especial que nos hace ver su interior y
según convenga damos un reflejo amable de cada uno, quizá un poquito más
delgadas para alguna dama preocupada con su cintura. O aumentamos un poco la
sensación de altura en algún caballero apurado, damos una dulzura especial a
unos ojos un poco tristes, o un aire de confianza a los muchachos en esas
edades donde solo ven fastidiosos granos en su rostro.
A Marina le devolví un reflejo aún más radiante del que ella
traía, no me esforcé mucho, la verdad, pues su cara sonriente y sus ojos llenos
de vida me atraparon sin remedio. Y la enamoré, pasó su mano por mi contorno y
decidió que era perfecto para su vestidor. Desde entonces todas las mañanas me
encargo de que su imagen sea perfecta antes de salir a enfrentarse con el
mundo.
De esto hace ya más de cinco años. Y he tenido que hacer muy
poco para mejorar a mi amita, porque ella está siempre preciosa, pues lo que yo
veo en ella es su felicidad, desde su imagen revuelta después de una noche de
pasión, hasta su bostezo de cansancio, cuando vuelve del trabajo con la lengua
fuera.
A veces se viene a ver también Jaime, su amor. El me
desconcierta un poco, yo veo algo detrás de sus ojos de hombretón joven y sano,
es una sombra, que se acentúa cuando la mira a ella. Demasiado posesivo, me
dice mi instinto. Sin embargo Marina refleja una luz especial cuando ve esos
ojos de Jaime fijos en su cuerpo. Y a mí se me derrumban los argumentos en
contra de él, porque solo deseo verla siempre así, brillando.
Hace unas semanas que veo en mi amita, un velo que cubre su
cara, es muy tenue y recuerda al que la envolvía en los días amargos de la
enfermedad de su padre, y que le robaba su alegría hasta el día en que él
falleció, y se volvió tupido y negro, desfigurando su imagen. Luego se recuperó
y volvió a brillar. Pero ahora ese tul oscuro empieza a empañar sus ojos de
nuevo.
Y no hay nadie enfermo, incluso sé que la vida le sonríe en
su carrera, pues se mira con diferentes vestidos, y zapatos, que es algo con lo
que ella disfruta tanto, cambiando su aspecto para resultar más guapa y
atractiva.
Hoy Marina me ha asustado, su maquillaje es excesivo, pero a
mi no me engaña, yo veo por debajo de él y por encima de su forzada sonrisa. Y
lo que veo no me gusta.
Me da miedo ese color violeta que se confunde con la sombra
de ojos, esa que pretende iluminar su mirada, pero solo da un toque más de
oscuridad al profundo abismo que se abre ante ella.
Hace varios días que mi amita no viene a mirarse, se viste
de espaldas a mí. Y aún así noto sus lágrimas quemando mi superficie.
Sin embargo en un descuido he visto su rostro, se miró de
reojo, no puede verse de frente, no resiste contemplar su reflejo, que yo, ya
no puedo suavizar, sus ojos están definitivamente apagados, en una cara que no
reconozco, sus labios hinchados y un profundo corte en la ceja.
Ha cerrado la puerta tras de sí, pero alguien la abre de una
patada fuerte, impresionante. Es Jaime, pero parece otro. Su cara refleja un
desprecio que no soy capaz de devolver. Solo puedo contemplar la escena, ni
siquiera reflejarla.
Marina está desarmada, no ofrece ninguna resistencia,
simplemente espera. Espera convencida de que es su destino, con el mismo
convencimiento que tuvo, cuando esperaba sus besos, de que viviría junto a él
para siempre. Ahora sabe que ese para siempre termina aquí, solo puede esperar
morir junto a él.
Y se deja hacer, deja que la ira de él concentrada en sus
manos apriete su cuello. Mientras su último aliento empaña mi superficie e
intento retener esa imagen cual macabra fotografía de un triste final.
Asun© 28 de junio de 2012