Asistía al entierro de una
anciana vecina de mi madre. Curiosa iba leyendo la letanía de epitafios de las
tumbas, casi todos iguales, impersonales o empalagosos.
Muy
cerca, en la siguiente sepultura, rezaba uno que llamó mi atención.
“Maldito
seas …”
Algo en
él indica que falta una tercera palabra. Intrigada me separo un poco de mi
comitiva para verlo más de cerca, pero me detengo porque hay una mujer en la
lápida. Como si mi mirada le hubiera tocado en el hombro, se vuelve y me contempla.
Avergonzada dibujo un lo siento con mis labios. Me mira desde unos ojos
asombrosamente vivos y jóvenes, en contraste con un rostro arrugado. Asiente
con la cabeza y extiende la mano para repasar con un dedo tembloroso y
artrítico, el contorno de las palabras: maldito seas… y la tercera antes
borrada y ahora tan nítida como las anteriores “amor”. Me recorre un
estremecimiento, creo comprender la dimensión de la leyenda, toda la pasión del
amor y el dolor de una vida de ausencia, caben en esas tres palabras.
Con
emoción contenida vuelvo los ojos hacia ella, comprobando que ha desaparecido,
igual que la tercera palabra.
Entonces,
aturdida, reparo en la fecha: 1815.
Asun©18/10/15
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