Montaba en bicicleta un soleado jueves de junio.
Adelantó a una pareja y a cinco chavales que corrían tras un balón. En la
pradera cuajada de vida ella pedaleaba hasta su muerte.
Cayó pesadamente golpeándose con una enorme piedra.
Una bruma azul la rodeó y una preciosa luz brillante la llamaba.
Pero alguien voló a su lado, limpió las briznas de hierba mezcladas con su
sangre envolviéndola en un amoroso abrazo. Acunándola. Curándola.
Un, dos, tres y una palmada la trajeron de nuevo a la realidad.
— Nada, tampoco esta vez llegaste a ver a tu ángel.
Asun ©17 de enero de 2015
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