Nieves limpiaba afanosamente los cristales
de la panadería. Los primeros días de la primavera habían traído la alegría del
sol. Pero con tanta luz también se hacían más visibles las motas de polvo, las
salpicaduras de las lluvias pasadas y sobre todo las huellas de los deditos de
sus jóvenes amigos, los niños.
Desde dentro, desde afuera, desde abajo y
desde arriba Nieves miraba orgullosa sus puertas, había dejado unas cristaleras
impecables.
De repente empezó a escuchar un
torbellino de voces que se acercaba rápidamente, pasaban unos minutos de las
cinco de la tarde.
Nerea y sus compañeros acababan
de salir del colegio. Poco iba a durar su limpieza. Nerea entró como una bala,
no sin antes dejar su huella completa justo en el lugar más visible. Un suspiro
escapó de la boca de Nieves, a la vez que saludaba:
—Hola preciosa, umm ¿qué te ocurre?
La niña resultaba más
transparente que sus propios cristales y estaba claro que hoy le ocurría algo y
al parecer grave. Sin decir nada se sentó en el rincón donde compartían muchas
tardes merendando y jugando con otros niños.
Un momento después entraba su
madre, resoplando como de costumbre, cansada pero con una alegría especial en
la cara, contrastando con su enfurruñada hija.
— Buenas tardes, ¿ocurre algo? —preguntó señalando a la niña.
— Hola Nieves. No, bueno sí. Tengo una noticia estupenda, estamos
contentísimos.
— Pues Nerea no lo parece, la verdad.
— Efectivamente, pero ya se hará a la idea. ¡Estoy embarazada!
— ¡Enhorabuena!
Nieves salió de su mostrador para
dar un abrazo y un beso a la mamá. Se separaron repentinamente asustadas por un
ruido grande. La silla donde se sentaba Nerea rodaba por el suelo, y la niña
también.
— Pero hija! ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien cariño?
La niña estaba bien, Nieves
sospechaba que lo único que tenía herido era su corazoncito. La llegada de ese
hermanito estaba haciendo tambalearse mucho más que una silla para Nerea.
— Te la iba a dejar un ratito,
pero no se qué hacer— comenzó a decir la mamá, con la niña agarrada a sus
piernas, en clara actitud mimosa y lloriqueando.
— Vete tranquila, Nerea y yo estaremos bien. Prepararé una buena
merienda, no hay nada que un buen cacao no pueda calmar.
Madre e hija se separaron y de
mala gana la niña se volvió a acomodar en la silla, con los codos encima de la
mesa sujetando su cabecita y con el gesto de nuevo torcido.
Sin prisa cogió dos tazas, buscó
el bote del cacao y la leche. Despachó a un par de clientas, lo cual le dio un
poco más de margen para pensar en el enfoque que daría a la conversación que
tendría con la niña.
Se le partía el corazón al verla
tan desolada, sobre todo porque estaba segura de que en unos días la vería
saltar de entusiasmo e impaciencia por la llegada de ese hermanito. Conocía muy bien a la niña, la
sabía generosa, de corazón limpio y abierto. Era sensible y tenía una bondad
natural. Pero claro, ahora se enfrentaba a un cambio demasiado grande, el más
grande que hubiera imaginado. Un nuevo habitante en su universo, otro actor que
amenazaba con quitarle su papel protagonista y que podía tener mayor éxito que
ella.
— Nerea, no te alegras de tener un hermanito?
— Pues no. No sé porqué tú te has alegrado tanto.
— Bueno no creas, estaba disimulando. Tampoco me hace tanta gracia.
— A ti te da igual porque no va a vivir en tu casa, ni te romperá tus
cosas ni…
— Uy calla, no me da igual. Porque yo lo paso muy bien contigo y tus
amiguitos. Y a lo mejor al hermanito nuevo no le gusta venir aquí.
— Entonces, ¿tú tampoco le quieres?
— Digamos que todavía no le quiero. Habrá que esperar a que nazca y ver
como es. Tú puedes hacer igual, esperar a ver como se porta cuando venga.
— Será feísimo y llorón, como todos los bebés.
— Seguro que sí. Yo creo que lo mejor será que no le hagamos caso.
Cuando venga aquí, no le prepararé un cacao calentito en el invierno. No le
daré mis ricas magdalenas y por supuesto no jugaremos con él. Lo dejamos en un
rincón y si llora, que llore.
— Y si es una niña?
— Igual, no le hacemos ni caso.
— ¿Y si nos molesta de todas maneras?
— Podemos poner un anuncio.
— ¿Un anuncio?
— Si Nerea, no te acuerdas del cartel que pusimos para vender la bici
del vecino de arriba. En seguida la compraron.
— ¿Vendemos a mi hermanito?
Nieves ponía cara de estar muy
segura y de desprecio y Nerea cada vez más ponía cara de pena y de horror ante
la idea de deshacerse de su hermanito o hermanita.
La panadera estaba satisfecha
porque estaba consiguiendo su objetivo, como era de esperar la niña estaba
recapacitando.
— ¡Pero cómo vamos a venderlo! ¿Es que tu no lo quieres nada de nada?—
preguntó finalmente Nerea, casi llorando.
— Si yo lo quiero mucho, pero a ti te quiero desde antes que a él, y te
quiero tanto que estoy dispuesta a hacer lo que sea. Pero si lo has pensado
mejor, nos lo podemos quedar.
— Lo he pensado mejor. No lo vendemos.
— Me alegro, porque la mayoría de las veces los hermanos pequeños son
muy divertidos. Hacen todo lo que les dicen sus hermanos mayores porque los
quieren más que a nadie en el mundo. Los hermanos mayores son siempre los
héroes de los hermanos pequeños.
— ¿Si? ¿Seguro?
—Segurísimo.
Nerea lucía ya su sonrisa más
preciosa, la que iluminaba su cara y a todo el que estuviera a su alrededor.
Resultaba tan encantadoramente inocente, que conmovía mirarla.
— Mira, ya vuelve tu mamá.
La niña se levantó de un salto y
corrió a la puerta.
— ¡Mami! ¿Sabes qué? Estoy deseando que llegue el hermanito.
— Ummm
Nieves y la mamá se miraron, la una
satisfecha y la otra extrañada, pero feliz.
— Ni me mires, ni me preguntes— dijo Nieves— yo no he hecho nada de nada.
— Mil gracias, eres un cielo, a veces me pienso que eres mi ángel de la
guarda, bueno el mío y el de Nerea.
La niña ya había recogido su
mochila escolar, y estaba dispuesta a irse con su mamá. Puso la mejilla al
pasar por su lado, y Nieves depositó un sonoro beso en ella. Mientras ponía
otro beso en la palma de la mano y lo mandaba con un soplido a la radiante
mamá.
Asun©15/06/14
Destronar a un príncipe o a una princesa saca de los caídos ideas de lo más sorprendentes.
ResponderEliminarUn saludo
JM
Hola Juan, está claro que perder protagonismo no gusta a nadie. Pero es un experiencia que compensa.
EliminarBesos
El miedo a compartir el amor lo llevamos desde peques. Tu eres un cielo, transforma lo cotidano en magia.Apenas aterrizando, poco a poco, y ya los extraño.Besos
ResponderEliminarMi querida amiga la magia está en la amistad que nos une. También siento esa nostalgia de los días juntas.
EliminarUn beso grande.