Iría y los niños.
Iría estaba muy contenta. Acababa
de terminar su carrera universitaria y había encontrado su primer empleo. Lo
cual no era muy corriente en la época actual. Se trataba de un puesto de
educadora en una escuela infantil. Algunos hubieran pensado que para trabajar
en una guardería no había hecho falta tanta carrera, pero ella sabía que en la
educación estaba el futuro y sobre todo que los pilares que sostendrán a una
persona se generan en la primera edad.
A pesar de no contar con experiencia
laboral alguna, supo que había puesto ella mucho más entusiasmo en la
entrevista que su futura jefa. Esta además no se interesó en ofrecerle una
imagen atractiva del puesto de trabajo que le ofrecía, tuvo que ser ella la que
aportara el deseo y la esperanza de que cristalizara la relación laboral entre
ambas.
Por fin salía de firmar el contrato, y se
despedía hasta el día siguiente, en que empezaría a trabajar. Se propuso que
todo fuera perfecto, no habría esfuerzo que escatimar por su parte para que su
nueva etapa fuera fructífera.
Se moría de impaciencia y nervios al
llamar a la puerta de la escuela en su primer día de trabajo. Saludó a la Directora, y a su
compañera, que con ella misma, formaban la plantilla. Eran las 7 de la mañana,
en solo media hora empezarían a llegar los primeros niños.
Pero no fue ella la que salió a
recibirlos, a pesar de sus ganas por hacerlo comprendió las explicaciones de su
jefa, no los conocía y era mejor que no fuera ella la que les abriera la
puerta.
Le indicaron que fuera a la cocina y allí
empezó con los preparativos del desayuno que tomarían a medida que llegaran.
Tuvo la impresión de que las cosas no estaban debidamente ordenadas, no solo
allí, sino en el gran salón donde los niños debían pasar la mayor parte de su
tiempo. Salió de la cocina y lo observó todo, había juguetes casi por todas
partes, y la zona que supuso era para comer no le pareció muy cómoda.
Volvió a la cocina, y preparó, atendiendo
a su propio sentido común y a unas breves notas pegadas a las puertas de los
armarios superiores, diferentes tipos de desayunos.
Luego no hubo tiempo de nada, los niños
llegaron casi todos en una misma tanda, y se juntaron llantos, toses, y gritos.
Sin embargo una vez pasada esta primera hora, echaba de menos el barullo y sobre
todo las risas, mirando desde la distancia de la cocina se diría que aquellos
niños habían perdido la espontaneidad.
Llegó el final del día, y como al
principio, quiso salir a despedir a los niños y de nuevo la misma excusa, que
no los conocía y no era buena idea. Así que los observó desde la distancia y
vio que no parecían sentir la marcha, no es que esperara que no quisieran irse,
pero no mostrar ni el mínimo cariño en la despedida, le chocó un poco.
Volvió a la cocina, que parecía iba a ser
su sitio natural, ordenó de nuevo lo manchado en la tarde y vació el
lavavajillas, que ella misma había puesto con el menaje de la comida y
desayunos. Después dispuso en la encimera lo necesario para los desayunos del
día siguiente, recordando el desorden encontrado esa misma mañana, y procurando
dejar todo, si no listo, al menos bastante adelantado.
Oyó como se despedía su compañera, y
también echó de menos unas palabras con ella, ¿no debía haberle preguntado que
tal su primer día?
Finalmente vio que también la Directora se ponía su
abrigo y la venía a buscar para que hiciera ella lo mismo, y poder cerrar. Le
preguntó como había pasado ese primer día de trabajo, gracias a Dios, sin
embargo apenas escuchó su contestación.
De camino a casa ordenó todas las
impresiones, emociones y sentimientos que había tenido a lo largo de aquella
agotadora primera jornada de trabajo.
Iría era así metódica y pragmática, pero a
la vez cariñosa, servicial y preocupada por todos los que la rodeaban. Desde el
momento en que conocía a alguien se echaba sobre sus espaladas la
responsabilidad de contribuir a su felicidad y bienestar. Pero este sentimiento
se veía acrecentado cuando se trataba de niños. Por eso estaba deseando que
amaneciera y volver a la guardería para ver a los niños.
Extrañamente recordaba todos los nombres y
era prácticamente capaz de ponerles cara y solo quería ver esas caritas siempre
sonriendo, porque no podía imaginar nada más maravilloso que la franqueza y
sinceridad de esas boquitas dejando ver unos dientes de juguete.
- Los papás de Jaime quieren
verte, y también los de Sara, y los de Paula.
La directora se lo decía con voz
autoritaria y seca, pero Iría sabía que no había nada que temer. Habían
transcurrido dos meses desde su llegada a la escuela, y el cambio en todos los
sentidos era insospechado.
Los niños reían, y también lloraban, pero
con una energía de niños sanos, contentos, con la seguridad de estar atendidos
y ser queridos.
Había cambiado también la disposición de
los espacios, ahora se podían distinguir perfectamente tres zonas: la de los
juegos, la de las comidas y una tercera para el descanso. Y los niños sabían
claramente lo que se esperaba que hicieran en cada una de ellas, y lo que era más
sorprendente después de unos días de metódico orden y horarios, todos lo
respetaban bastante bien.
Con ese mismo método y energía impuso su
criterio en la cocina, las cosas debían estar el menor tiempo posible fuera de
su sitio o sucias, si se recogía todo sobre la marcha y se dejaba listo para el
día siguiente, pronto empezaron a ver que el tiempo cundía mas, y con menos
esfuerzo. Sin contar con la apariencia siempre agradable a la vista de limpieza
y eficacia.
Así ella podía dedicarse mucho más a lo
que realmente le apasionaba, estar con los niños, cuidarles, conocerles, enseñarles,
en definitiva a educarles, llevarles a través de juegos y canciones, a
descubrir sus habilidades, su carácter, conteniendo a los que necesitaban
límites y animando a los que pedían un empujoncito.
No era extraño que todos quisieran sentarse
a su lado, que les diera de comer, que les dijera “sana, sana…” para que
mágicamente sus heriditas y golpes se curaran de inmediato. Y ella encantada
acudía a sus requerimientos, les saludaba a la entrada “buenos días princesa o súper
campeón y ella era la última que les despedía a la salida.
Por ello acudió sin miedo a ver a
los papás de aquellos niños que la estaban esperando y escuchó satisfecha su
pregunta:
-¿Pero qué les das para que te
quieran de esta manera?, Ya podías compartir tu secreto, porque además ¡te
hacen caso!
Asun®6 de junio de 2012
asun excelente realato siento la cadides de cada palabra que escribes cuando te leo besos carlos
ResponderEliminarGracias Carlos, y yo siento tu interés en todos tus comentarios.
EliminarBesos
Amor. Les daba amor. Si en el mundo hubiera más amor cuánto mejor sería este mundo.
ResponderEliminarEstoy visitandote poco lo se pero no creas que te olvido.
Abrazos
Tu lo has dicho les daba amor. Y así deberíamos hacer todos en nuestros trabajos, con niños o con adultos, tener mas humanidad.
EliminarTe agradezco siempre tus visitas, y entiendo que a veces no disponemos de tanto tiempo, a mi me pasa igual.
Besos.
Asun,me ha gustado muchísimo tu relato, lleno de amor,donde se consigue hacer más felices a los niños desde el cariño y el afecto.
ResponderEliminarBesos.
Así es Ariel, pero esto puede llevarse al terreno de cualquier trabajo, el entusiamo y buen hacer es garantía de exito.
EliminarBesos.