Había vuelto temprano del trabajo, y
como tantas veces encontró a su hija repasando fotos en el portátil. ¿Cuántas
fotos son capaces de hacerse los jóvenes de hoy? Las que hagan falta, mamá,
habría respondido ella con una mueca de burla.
Lucía ahuecó la manta de viaje bajo la
que estaba acurrucada e invitó con el gesto a su madre. Sin pensarlo ella
compartió aquel trocito de sillón y con el ordenador apoyado en las piernas de
ambas, comenzaron a repasar las instantáneas.
Reían ante las caras y posturas de los
amigos y de la propia joven. Pero eran todos preciosos, chicos y chicas
despreocupados, felices. Su hija tenía prisa por llegar a cierta fotografía, la
de un amigo nuevo. No hacían falta explicaciones.
Lucía, su tesoro, su amor, su niña, ya
no era su niña. Y el torpe disimular de su nerviosismo repentino, lo decía
todo.
El estómago le dio un vuelco.
Tenía delante de sí una imagen
preciosa, su hija y el muchacho mirándose. Y en la mirada todo un universo de
cariño, deseo, amor…
Una frase quedó en el aire “Mami, este
es… pero mamá ¿Qué te pasa?”
Se levantó incapaz de detener una
náusea. Había visto en su hija y aquel
chico, su propia imagen y la de su marido. Igual de tiernos y jóvenes, la misma
devoción en la mirada de él hacia ella.
Por eso su cuerpo se había revelado,
porque el cuerpo al contrario que la mente, no olvida. No olvida los golpes, ni
cierra las heridas del corazón.
Paseaba de un lado a otro de la
habitación.
Su hija se había rendido y ya no
insistía en sus llamadas y preguntas sobre lo que le ocurría. Seguramente
estaría en su cuarto, llorando como ella. No, peor que ella, porque el
desconocimiento crea todavía más angustia.
Toda la vida reconstruida con tanto
cuidado, recuerdos desterrados, y otros encajados milimétricamente para
inventar un pasado nuevo, y tejer un presente feliz.
Pero esa torre elevada con cimientos
de cariño y ladrillos de mimo, se había venido abajo en el momento en que vio
aquellas imágenes.
Respiró, se pasó un pañuelo limpio por
la cara, y se miró en el espejo recomponiendo el rostro en un gesto amable.
Había llegado el momento. Fue en busca de su hija, la abrazó e intentando
apartar el miedo y la tristeza, le contó sin omitir detalles una cruda
historia, la suya propia.
Después el silencio lo invadió todo.
Prepararon algo para cenar, casi por hacer algo para rellenar el vacío y
desolación que ahora cubría a ambas.
*-*-*-*-*
Volvió temprano del trabajo, Lucía
repasaba fotos en el portátil, y junto a ella Juan. Pero ¿cuántas fotos son
capaces de hacer estos chicos?
Ambos
le hicieron un hueco entre ellos. Y ella aceptó encantada dejándose mimar.
En una milésima de segundo recordó
aquel día en que Lucía le enseñó la primera imagen de los dos juntos. Y la
amargura que siguió al desvelarle a continuación un pasado que nunca debiera
haber existido.
Pero fue solo una milésima de segundo,
porque ellos, Juan y Lucía le enseñaban cada día, que el amor si existe y es
bueno. Que el cariño no hace daño y que la ternura se renueva y no deja nunca
de sorprender. Lo que ella vivió no fue amor ni cariño sino el sentimiento
tergiversado de un ser enfermo.
Se había cerrado un círculo, ahora
estaba segura de que la vida siempre merece la pena, aunque tropecemos en
piedras casi imposibles de sortear.
NO SILENCIES EL MALTRATO
Asun ©noviembre de 2013
Muy buena tu reflexión en el relato..
ResponderEliminarNunca callar...
Besos
María es una asignatura pendiente, a veces intuimos que algo va mal, y no somos capaces de verlo.
EliminarBesos
Siempre alerta, pero es necesario confiar, la vida hay que vivirla y esperar que sea nueva y no repetida. Un abrazo
ResponderEliminarEster es un problema que como ya he comentado anteriormente pervive en el tiempo, a través de dictaduras, de democracias....
EliminarPero la esperanza y el poder de cambiar lo tenemos cada uno de nosotros.
Besos
"Vive, esperanza". Nos decía Machado.
ResponderEliminarMuy buen relato, Asun. Un abrazo.
Esteban pues Machado tenía razón, como era de esperar. Vivir y siempre mirando hacia delante.
EliminarUn abrazo, querido Esteban.
Muy bien contando me has hecho sentir como mía la sensación de la madre de Lucía.
ResponderEliminarHola Lorenzo me alegro de que te haya interesado tanto el relato.
EliminarDice mucho de ti, saber ponerte en el lugar de ella.
Saludos.
Luchando y aprendiendo querida amiga. Participo toas las semanas en un taller literario en el que de alguna de las maneras pretendo "enseñar" algo de lo que me regalo la vida y siempre te empleo como ejemplo a seguir de superación y mejora en la forma y el modo de escribir. Decirte que en Vigo por parte de aluna gente eres conocida. Mi cariño y aplauso por este relato.
ResponderEliminarVaya Tiguaz me sorprendes con este comentario. No puedo por menos que sentirme orgullosa. Y no creas que no contemplo la posibilidad de acudir a aprender seriamente a algún taller, hay uno al que va una amiga, pero me pilla muy lejos. Pero al menos no dejo de escribir y esta es mi escuela.
EliminarEspero que quienes me lean queden contentos y por su puesto admito opiniones.
Besos mas que grandes.