
Interrogó al barbero, responsable de tanta mella. Por descontado no tenía ni un diente, curioso le preguntó su edad. Silencio. 104. ¿cómo? Miró a su alrededor, en un mortero había un polvillo blanco, con un diente entre medias.
Seguidamente entrevistó al alcalde, al párroco, al médico. Ninguno conservaba apéndices dentículos, pero eran centenarios. Ató cabos.
Volvió junto a la boticaria, se había prendado de ella irremediablemente y… le hizo una proposición: compartir sus vidas, sin un solo canino, pero por toda la eternidad.
Asun©14 de octubre de 2016