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Algo sobre mi

Algo sobre mi:

En lo que yo soy ahora han influido tanto las circunstancias de mi vida, como las personas que han desfilado por ella.


Entre las personas, los primeros mis padres. Mi padre, que por desgracia ya no vive, es la persona más honrada, justa y responsable que he conocido. Parece un tópico, sobre todo porque ya no esta, pero es la realidad, jamás le vi apartarse de lo que era correcto y repito honrado.

Mi madre, pues parecida a mi padre, una persona íntegra y con infinito espíritu de sacrificio hacia los demás y una sensatez y sensibilidad que hace que sea imprescindible pilar de la familia.

Mis hermanos, cuatro, todos chicos, bueno como es normal tenemos nuestros mas y nuestros menos, pero en general nunca llegó la sangre al río y sé que detrás de mi están todos, los cuatro para recogerme si caigo. Y lo mismo para cada uno, siempre estamos, incluso antes de que se nos llame.

Y una tía que es casi mi segunda madre.

Y después mis amigas, las que conservo desde que tenía 11 meses (si, meses) que fue cuando llegamos al barrio de Madrid, allá por los años... me cuesta decir mi edad, no es que me sienta mayor, pero si digo la edad lo voy a parecer.

Y ya solo quedaría nombrar el resto de personas que he ido conociendo y que casi todas han sido buenas y han dejado una imborrable huella dentro de mi. (las menos buenas también dejaron huella, por desgracia)

Me queda por mencionar a mi propia familia, quiero decir la que creé yo misma junto a mi marido, y se compone, de momento de él y mis dos hijos. Digo de momento porque ellos están ya en edad de empezar a vivir su propia vida,el mayor hace tiempo que la comparte con alguien, aunque todavía vive en casa con nosotros y la pequeña ya tiene también un proyecto (y que pena me da que se hagan tan mayores). Pero todo forma parte de un ciclo, que es el de nuestra existencia.

Y a esto añadiremos lo que tengo propiamente mío, que algo habrá también, aunque soy bastante simple e influenciable, con lo cual me acoplo a casi todas las situaciones y no me ha ido mal de esta manera.

Si habéis aguantado este pequeño tostón y os quedan ganas podéis leer algo de lo que escribo, que es como yo sencillo y simple.

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martes, 28 de agosto de 2012

Tranquila, estará bien.(África)



      Por fin estaba amaneciendo. 
     Aunque no sabía por qué se alegraba. Tenía que pensar en lo que iban a hacer. Quedarse en la aldea no había sido muy buena idea, pero la noche había hecho bajar mucho la temperatura, y en medio de la oscuridad, y dada su nula experiencia en orientarse en la sabana, esta les pareció la mejor decisión. Volvió a pensar en las linternas, aquél “magnífico” pack de supervivencia comprado en Madrid, parecía tan completo y había demostrado ser tan inútil en el momento de necesitarlo, que no pudo por menos que sonreír. Aunque algo de culpa tuvo él por no revisar que todo funcionara o llevara pilas cargadas. Lo cierto es que nunca pensó que tendrían necesidad de usarlas.
      Y recordó el instante de intentar alumbrar aquél bulto que se movía lentamente en la orilla de aquella especie de vereda, que llevaban horas siguiendo. El bulto estaba tapado, casi parecía arropado, por unas cuantas hojas de esa planta que crecía por doquier y se asemejaba a la del tabaco.
De pronto el bulto pataleó y un llanto brioso y fuerte se hizo un hueco entre el frío y la oscuridad de la noche, para llenar todo el espacio. De todas las cosas que hubiéran imaginado encontrar, esta ocuparía el final en una lista de páginas y páginas.
- Es un bebé.
- Dios!! Cómo va a ser un bebé?
- Es una niña, y por su llanto yo diría que tiene una magnífica capacidad pulmonar.-Me miraste con esa mirada tan tuya de quererme fulminar y quitarme de tu vida para siempre.

Hicieron lo único que podían hacer, mirar atentamente a la niña, les pareció que estaba entera y sana, ninguno de ellos eran padres, y no tenían ninguna experiencia en bebés, pero les pareció que tendría unos tres o cuatro meses. Y claro lloraba, supusieron que  de frío y de hambre. La recogieron.

     Y reanudaron la marcha, después de darle un poco de agua con una cuchara, la niña se calmó y dejó de llorar. Luego un olor intenso a quemado, mezcla de maderas, lo inundaba todo. Siguieron caminando con muchísimo cuidado, y tropezaron con aquella especie de aldea.
    Fue impresionante, horrible, e impresionante. Todo estaba arrasado, era como una película, pero por desgracia real. Con todas las precauciones, ya todo lo hacían con extrema precaución, avanzaron por lo que parecía la “calle” principal, a un lado y a otros restos de cabañas reducidas a cenizas. De sus habitantes no había ningún rastro. Lo cual les alegraba y preocupaba por igual.
Después desapareció por completo la luna y la oscuridad ganó terreno, no avanzaban apenas y temían tropezar con cualquier cosa. Así que en una de las chozas que se mantenía bastante en pie, y después de comprobar torpemente que estaba vacía, se refugiaron y los tres, incluida la pequeña, se apretujaron entre sí, como comprendiendo que solo muy juntos podrían sobrevivir a esa noche de pesadilla.

    Volvió a la realidad con el llanto del bebé.

    Ya se veía bastante bien, aunque el sol apenas era una bolita roja saliendo por detrás de la extensión infinita de colinas y vegetación.

    Volvieron a darle agua, y se maravillaron de que la criatura agradecida les dedicara una sonrisa y se callara de nuevo plácidamente.

    Sin venir a cuento y sin quererlo fue él, el que empezó a llorar, mansamente, sin ser apenas consciente.
- Perdóname, perdóname, te he traído a un viaje absurdo, te he arrastrado a este maldito sitio, no sé como vamos a salir, y qué vamos a hacer con esta niña, se nos morirá…
Lloraba, lloraba sin parar, abrazado a sus rodillas, en un balanceo rítmico.
- Basta! Cállate!- le gritó ella, un poco sorprendida por su propia fuerza y determinación- No tengo que perdonarte nada, ya soy mayorcita, estoy aquí porque he querido, tu no  me has arrastrado, ni tienes la culpa de lo que nos pasa. Lo que pasa es que nos han vendido una película que no existe. Yo también creía que África eran unos crepúsculos maravillosos, unos amaneceres de impresionante aire puro y limpio y unos animales dando saltitos como en un inmenso zoo, puestos ahí solo para que nosotros disfrutemos de ellos. Pero mira África debe ser esto. Guerra, aldeas quemadas, niños en la cuneta, y odio, odio que lo impregna todo. Y la niña no se nos va a morir. Tranquilo, seguro que estará bien.

     Después de que ambos se calmaran un poco, miraron en sus exiguas provisiones algo que pudiera servir de alimento a la pequeña, porque el agua, que hasta ahora la había saciado tanto, en breve no sería suficiente. No se les ocurría nada, pero ella propuso hacer una especie de papilla triturando unas galletas y añadiendo un poco de agua. Ya que el principal alimento de los bebés eran las papillas de cereales y por su puesto la leche. Mientras hacía este improvisado desayuno para la niña ella empezó a hablar, como pensando en voz alta:

- Tendrá que servir, porque aquí no tenemos farmacia de guardia, ni centro comercial, donde encontrar todo lo necesario para cuidar a una niña de esa edad. No tenían pañales, chupetes, mordedores para sus encías, cunitas, hamaquitas, tronas, bañera especial, biberones, esterilizador de biberones, palillos de oídos, agua de mar para sus naricita, colonia suave, gel adecuado, bodis de una pieza, gotas para los gases y cólicos del lactante, capita para sacarlos y secarlos después de su baño diario, toallitas perfumadas para su culete, mantita ligera para sus siestecillas entre horas…

- Bueno me parece que esta niña es bastante más lista que nosotros, y sabe que todo eso que tú llamas necesario, no lo es en realidad. Mira como come, espera échale un poquito más de agua, parece un poco espesa. Mira, yo creo que esta niña es de otra raza, pero no porque sea mas negra que el tizón. No me mires así, sé que es preciosa, es lo mas bonito que jamás he visto, pero me refiero a que a pesar de tener unos pocos meses, sabe lo que es necesario y lo que no, sabe vivir.

- Desde luego, sabe vivir y aprovechar sus oportunidades, pero yo espero que no le siente mal esto que le estamos dando. Y que no se nos vuelva a hacer caquita, que no me quedan más que un par de clínex.

     La niña quedó satisfecha y ellos continuaron su camino, después de comer también un par de galletas cada uno.
Ninguno se atrevía a comentar lo que era evidente. No sabían a donde conduciría aquella senda, y esperaban no tropezar con ningún animal salvaje, ni con ningún convoy o patrulla o como demonios se llamase a los integrantes de las tribus que habían arrasado aquella aldea.

     La suerte estuvo de su parte. A lo lejos divisaron una carretera, y aunque empezaba a hacer un calor insoportable, consiguieron llegar a ella y pronto una camioneta paró al adelantarles.

     Recelosos se acercaron a ella. La conducía un hombre blanco. Les habló en inglés y se presentó como colaborador de una ONG, no tenían mucha elección y decidieron aceptar la invitación a subir y llegar con él al poblado más próximo, donde podrían enlazar con Gitarama y desde allí ir a Kigali.

     Como era de esperar les preguntó por la niña. Y una vez en la ciudad les invitó a dejársela a él. No sabían que hacer, seguramente era lo mejor, pues él vivía allí, conocía mejor el terreno y aunque era un poco inusual la situación, por lo que les explicó, nadie se entromete en la vida de lo nativos si no es estrictamente necesario, él vería como hacer.

     No se la dejaron, ambos comprendían que se hubieran desprendido de un gran problema, pero no fueron capaces, él dijo que era por la mirada de angustia que le dirigió ella, pero los dos sabían que ninguno quería abandonarla.

     Compraron leche en una de las casuchas del pueblo, echándola directamente en una de sus botellas de agua mineral. Y rezaron para que estuviera en condiciones óptimas. Volvieron a hacer una papilla parecida a la de la mañana, pero con leche esta vez, y la niña se la comió con un gusto y un apetito envidiables, y de nuevo hizo sus caquitas y demás necesidades. La limpiaron con todo el esmero y cuidado del mundo, con los dos únicos pañuelos de papel que les quedaban, y al atardecer montaron en el único autobús que llevaba a la capital, y que salía dos veces al día, en la mañana, y ahora al atardecer.

      Llegaron exhaustos, los tres. La niña, tan buena hasta ahora, comenzaba a dar señales de impaciencia. Entraron en el hotel donde se alojaban, el recepcionista les miró con desaprobación, sin duda pensaría algo extraño al verles con el bebé y supieron que pronto tendrían allí a la policía local.

     Tenían miedo, comprendían que la situación no estaba clara, antes de salir habían  leído las recomendaciones acerca de no viajar por su cuenta fuera de los parques naturales y de las zonas abiertamente turísticas. Pero les venció la imprudencia y el romanticismo absurdo de su idea africana, y sobre todo la seguridad que tienen innata la mayoría de los occidentales, de que nada les puede ocurrir, de ser los más civilizados del planeta y de que todo el planeta se rige por sus civilizadas normas y leyes.

     Pero aquí todo eso había dejado de tener sentido.

     De nuevo fue ella la que tomó la iniciativa. Llamó al teléfono de Dar-El-Salaam, que era su contacto consular más cercano, y pidió instrucciones sobre cuál debía ser su modo de actuar.
En contra de lo que hubieran deseado les apremiaron a ser ellos mismos los que se presentaran en la oficina central del Gobierno de la capital, y voluntariamente entregaran a la niña explicando ante todo que la habían encontrado casualmente y no en ese lugar donde realmente la encontraron, sino en cualquier otro donde es normal que un turista se mueva.

     Aunque no querían, sabían que debían hacerlo y no demorarse, sentían el peligro y el miedo correr velozmente junto a la sangre en sus venas, y un reloj invisible descontaba los minutos en una frenética cuenta atrás.

     Salieron, tomaron el primer taxi de la entrada del hotel y anunciaron la dirección al conductor. Este dudó un momento al verles con su preciada mercancía, esa niña, que ella apretaba contra sí. Pero por fin arrancó y les condujo hacia allí.

     Entraron y después de identificarse pidieron hablar con alguna autoridad relevante. Si algo caracteriza a estos países es su estricta organización militar en todo lo referente al gobierno y la policía, de modo que pronto se vieron escoltados y en presencia de alguna personalidad, a juzgar por su uniforme y solemnidad en el trato.
Explicaron la historia, arreglada como habían sugerido desde Tanzania, y después de unos momentos interminables. Su interlocutor asintió y en un perfecto inglés les dijo que todo estaba correcto y claro, se quedaban con la niña, que sería entregada a los servicios sociales. Y les despidió recomendándoles, educadamente, que dieran por terminado su viaje.

     Se marcharon manteniendo una aptitud despreocupada y tranquila, que era exactamente lo contrario que sentían en su interior. Subieron a otro taxi y volvieron al hotel. Recogieron todas sus pertenencias, pagaron la cuenta, y en el mismo taxi, que les esperaba a la entrada, se dirigieron al aeropuerto.

     No tenían cerrado el billete de vuelta, así que tomaron el primer vuelo a cualquier ciudad europea que saliera. Esta resultó ser Bruselas, como era de esperar, ya que Ruanda en su día había estado tutelada por Bélgica. Pero el vuelo no partía hasta primera hora del día siguiente.
No les importó, esperaron allí, entre el tumulto de viajeros, parecían sentirse así más seguros y acompañados.

     En Bruselas, sin salir del aeropuerto y por suerte, enlazaron con un vuelo a Madrid, comieron una hamburguesa, sin noción del tiempo, viajaban ajenos a todo, no habían cruzado palabra entre ellos, y no tenían ningún control sobre su aspecto físico, y apariencia, que empezaba a resultar evidentemente desastrosa.

     Descendieron en la T4 de Barajas. 
    Y aún sin hablarse, dieron la dirección de la casa de él. Nada más abrir la puerta y depositar el equipaje en el salón, se dejaron caer en el sillón y como si explotara un globo, ella comenzó a llorar, y él llorando igualmente, la abrazó, y contestó a sus gritos de “la niña, la niña”, con un tembloroso:

 “Tranquila, seguro que estará bien”.



Asun© 27 de agosto de 2012