
- Hola Nerea, cómo tú por aquí?
Acababa de entrar la niña, y unos minutos
después su estresada mamá, que como siempre iba refunfuñando, sobre la prisa
que tenía y la de cosas que le quedaban por hacer. Se diría que por muchas
horas que se le añadieran al día, ella necesitaría siempre alguna más.
- Hola Nieves, ya sé que no es viernes, pero tenemos una reunión en el
cole, y los niños se podían haber quedado allí, en el patio, pero se han puesto
imposibles, Nerea, y estos cuatro que vienen detrás de mí, dicen que prefieren
esperarnos aquí contigo. Te importa?
Y
lo preguntó con esa cara que de pura congoja, daba casi risa.
- Pues claro que no!, si ya sabes que estos niños son para mí lo mejor
de la semana.
- Ay, de verdad eres un cielo, no me extraña que te adoren.
- Anda ve a esa reunión y tranquiliza a los demás, yo me quedo con estos
lebreles. Eso sí, si se me sublevan
demasiado, os doy un toque y me venís a rescatar.
- Si, si, desde luego, no lo dudes...
- Adioooos, vete, vete.
Y allí estaba con sus cinco niños, que ya
estaban preparando la mesa, las tazas, el cacao, y eligiendo entre magdalenas,
o bizcocho para merendar.
Así que pronto estaban saboreando
estos manjares, además sabían que la condición era innegociable, si querían un
cuento, había que acabar la merienda, y sobre todo comer lo elegido, aquí no
valían caprichos, ni arrepentimientos, ni desperdiciar o estropear nada. Y
curiosamente, aunque sus padres se quejaban de lo mal que se portaban en las
comidas, aquí respetaban perfectamente las reglas impuestas.
- Nieves, sabes que mañana es mi cumpleaños?- dijo Pablo, el más
alto de los niños.
- No, no lo sabía, y cuántos cumples?
-5 años, y voy a ser el más mayor de todos.
Hubo un coro de protestas, un
JOOOOO, general por parte de sus amiguitos.
Para apaciguarles, Nieves cogió las
riendas, y comenzó un relato:
“- Eso me recuerda al día en que Nieves, nuestra amiguita de los cuentos,
cumplió 5 años. Estaba muy contenta y nerviosa. Quería levantarse muy temprano,
para comprobar lo grande que estaría, pues ya con cinco años, sin duda tenía
que haber crecido mucho.
Pero antes de que pudiera
comprobarlo, su mamá había entrado en la habitación, y Nieves decidió
preguntarle a ella.
–¿Estoy muy alta mamá?
-Pues sí, sin duda, no sé qué te ha pasado esta noche…-contestó su
mamá, haciendo como que no recordaba que era su cumpleaños.
-¿es que no te acuerdas?
-Ah! Si, hoy creo que va a hacer mucho frío, tienes que abrigarte para
ir al cole.
Y Nieves se quedó callada y muy triste, no
podía creer que se hubiera olvidado de su cumpleaños, además al acostarse
habían cantado el “feliz, feliz en tu día”, porque sus papás no podían ni
esperar al día siguiente.
Pero al entrar en la cocina para
tomar su desayuno, Nieves quedó paralizada, estaba llena de globos y había una
gran caja en el centro de la mesa. Lo curioso es que la caja no paraba de
moverse. Tanto que aunque su mamá y su papá la animaban a acercarse para que
abriera su regalo, a ella le daba miedo.
Por fin se atrevió y a quitar la
tapa, y algo saltó de su interior. Fue tan rápido que no casi no supo de qué se
trataba. Era un animal, desde luego, pero qué era realmente?”
Nieves se interrumpió, y mirando
las caras de expectación de su pequeño público, saboreó la pausa, hasta que
preguntó:
- A ver niños ¿qué animalito era el regalo de Nieves?
Enseguida un aluvión de contestaciones,
pero todas con el mismo resultado:
- Un perrooooo
-Pues no, ni mucho menos, lo que le regalaron fue ni más ni menos ¡un
patito!
-¿Un patito?- extrañeza total.
-Un patito, y negro para más señas.
-¿Negro?, pero que feeeo!!
.jpg)
Sin embargo el animalillo,
pareció enamorarse de Nieves desde que la vio. No hacía más que seguir a la
niña, por la cocina, por el pasillo, por la acera de la calle.
Entonces a la niña le hizo tanta
gracia que hicieron todo el camino hasta el cole con el patito detrás, y Nieves
muy, muy orgullosa, diciendo a todos sus amiguitos:
-Es mi regalo de cumpleaños. Justo lo que yo quería, un patito, y que
no fuera igual que los demás, por eso es negro, y se llama Negrín.
“Negrín” conquistaba a todos con
sus torpes andares, siempre detrás de su hija, tropezando con cualquier cosa, y
resbalando y levantándose, con un gracioso Cuak, Cuak.”
Y como siempre los niños, entusiasmados
pedían a la panadera, que les contara otra vez cómo era Negrín, si era tan
negro, o tenía alguna pluma blanca, si era muy chiquitín y exactamente como
andaba…
Asun©17 de agosto de 2013