Mecánicamente se
levantó, se calzó las zapatillas. La temperatura se había desplomado, aunque, camino
de la habitación, no era eso lo que la hacía temblar.
Su madre seguía en
la misma posición en que la había dejado al acostarla, excepto por la mano que caía
descuidadamente fuera de la cama, como sin vida.
Al encender la
lamparita le descubrió un mohín, un puchero infantil, pero que resultaba grotesco
en su arrugado rostro. Le acomodó la almohada y le retiró un mechón
blanquecino, rebelde. Metió de nuevo su mano bajo el edredón y le secó un
hilillo de saliva que se escapaba por la comisura de su torcida boca.
Finalmente depositó un beso dulce y breve en la frente al tiempo que susurraba,
acunándola con ternura, “tranquila mamá, estoy aquí, yo siempre te protegeré”.

Su madre seguía en
la misma posición en que la había dejado al acostarla, excepto por la mano que caía
descuidadamente fuera de la cama, como sin vida.
Al encender la
lamparita le descubrió un mohín, un puchero infantil, pero que resultaba grotesco
en su arrugado rostro. Le acomodó la almohada y le retiró un mechón
blanquecino, rebelde. Metió de nuevo su mano bajo el edredón y le secó un
hilillo de saliva que se escapaba por la comisura de su torcida boca.
Finalmente depositó un beso dulce y breve en la frente al tiempo que susurraba,
acunándola con ternura, “tranquila mamá, estoy aquí, yo siempre te protegeré”.
Luego regresó a
su habitación luchando con los monstruos que la acechaban en el pasillo, apremiándola
con susurros envolventes, para que hiciera “descansar” por fin a su madre.
Asun©11/06/15