Ese
día no había amanecido como todos, llovía sin descanso, como si se fuera
urgente vaciar el cielo, por peligro de
inundación en el paraíso. Pero esto a Nieves no le hacía arrugar el gesto, ya
que significaba que seguramente esa tarde, tendría la visita de Nerea en su
panadería. Y últimamente las visitas de Nerea no se reducían a ella sola, ahora
venía con algunos amiguitos de su cole. Desde que le contó el cuento de su
propio nombre, lo había tenido que repetir en muchas ocasiones, al principio
para la propia Nerea, y ahora se podía decir que contaba con un público de
pequeños habituales.
Esto
le había hecho acondicionar un poquito mejor el rincón de su tienda que
dedicaba a estas meriendas. Había comprado algunos tazones más, siguiendo el
gusto de los pequeños, observando cuál
elegían siempre. Y también procuraba tener los bollitos que más elogios
obtenían. Todo ello teniendo en cuenta que fueran lo más sanos posibles, hasta
el punto de que en su mini horno de pastelería hacía siempre para la ocasión
algún bizcocho, que rellenaba de chocolate, o que horneaba con frutas, para que
las mamás no fueran a quejarse de nada.
Y
lo cierto es que estas pequeñas inversiones estaban recompensadas con creces,
porque las mamás pagaban encantadas las meriendas de sus hijos, y porque ella
había dado un nuevo sentido a su panadería. Principalmente porque disfrutar de
la compañía de los niños era un regalo, sobre todo para ella que no había
tenido hijos en su corto matrimonio. Y además había notado un incremento de
clientes, ya que se había formado una cadena de propaganda “boca a boca” y
ahora era mucho más conocida en el barrio y cada vez más, fuera de él.
A
las cinco y cuarto de la tarde, la tranquilidad se rompió como el cielo con los
relámpagos y truenos de la tormenta. Un torbellino de paraguas, mochilas con
ruedas, y atropellados empujones, hicieron su entrada en la panadería. Todos
ellos, paraguas, mochilas, empujones y gritos pertenecían a cinco niños: Nerea
y cuatro de sus inseparables amiguitos.
Detrás
con algunos minutos de retraso, cuatro mamás y un papi, que entran también
entre paraguas y resoplidos. Con todos ellos la panadería está abarrotada.
Apenas queda sitio para moverse, y hacerse entender es también complicado.
- Nieves, querida,
perdona, no hemos podido hacer nada, los niños se han empeñado en venir. Y han
echado a correr y aquí estamos.
- No pasa nada, ya
sabéis que me encanta verlos. Y el día está malísimo, así que si queréis me los
quedo un poco.
Padres
y madres la miraron con esa expresión entre alegría, apuro, y sobre todo
admiración. Todos pensaban que quedarse con su retoño era ya un castigo, pero
quedarse con el suyo y los demás, eso ya
la subía a categoría de santa o masoquista.
Pero
se los dejaron, y ella rápidamente en cuanto el grupo de progenitores desapareció,
vio como los niños se calmaban y ordenadamente ocuparon sus sitios alrededor de
la mesa del rincón. Incluso antes de sentarse, ayudaron a poner las tazas y
elogiaron el bizcocho. Todo porque querían cuánto antes empezar a disfrutar de
otra de sus historias. Historia que
mientras recogía el cacao derramado en la mesa, empezó a fraguar en su
mente. Y cuando todos habían acabado su merienda, empezó su relato:
“Habían pasado
cuatro años desde que nació Nieves, la niña de Juan y Manuela. Aunque ya iba al colegio, había llegado el verano y con él las
vacaciones.
Esa mañana estaba desayunando en la cocina, y su madre
había guardado ya el bote del cacao. Pero a la niña le gustaba mucho, y siempre
quería comérselo a cucharadas, aunque luego le daba la tos y casi se ahogaba.
Así que en cuanto
su madre salió un momento se subió a un
taburete y cogió el bote, lo abrió y sin esperar a bajarse, quiso coger una
cucharada, no fuera a ser que su madre volviese y la sorprendiera.
-¡Nieves!
Manuela acababa de
entrar, y Nieves tenía la boca llena de cacao. Como era de esperar por el
susto, empezó a toser, y a tambalearse en su taburete. Su madre entonces
también se asustó y corrió hacia ella para sujetarla. Y en medio de todo ese
barullo el bote de cacao salió volando
por los aires.
Voló el bote y
voló el cacao. En un segundo toda la cocina estaba cubierta por una capa de
color marrón.
Ellas no se dieron
cuenta de nada hasta que Nieves se había bajado de su sillita y se encontraba
segura de pie en el suelo. Pero entonces las dos miraron a su alrededor y se
quedaron paralizadas, sus bocas abiertas. La boca de Manuela fue torciéndose a
hacia abajo, cada vez más, hasta parecer completamente enfadada. La boca de
Nieves fue torciéndose hacia arriba, en una inmensa sonrisa, estaba
completamente entusiasmada, no era para menos, toda su cocina parecía un pastel
con cobertura de chocolate en polvo…”
En este punto su auditorio infantil,
encabezado por Nerea comenzó a aplaudir. La visualización en sus cabecitas de
sus propias cocinas, las de sus casas, totalmente cubiertas de cacao en polvo,
estaba claro que los hacía inmensamente felices.
La Lechera (De
Melkmeid)-Johannes Vermeer, h. 1660-1661-Óleo sobre lienzo • Barroco
44,5 cm × 41 cm-Rijksmuseum,
Ámsterdam, Países Bajos
Asun©20 de mayo de 2013