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domingo, 16 de junio de 2013

Aquellas historias de Marcelina, Barcelona 1943

-*-*- He releído este capítulo de mis historias de Marcelina, y me ha apetecido compartirlo-*-*-

Aquellas historias de Marcelina, Barcelona 1943

Y Marcelina se vio transportada a la España de 1943, bajando de un tren en la estación de Francia, en Barcelona.
- Marce, y ¿Cómo fue que se marchó a Barcelona?
- Muy sencillo, en el pueblo no había más que miseria, y mi madre tenía una prima en Barcelona. Padre y Madre pensaron que yo podría aprender a coser, ya que de hecho lo hacía para mi casa, cosía la ropa de mis hermanos y la nuestra, a partir de  lo que mi madre sabía y alguna mujer más del pueblo, pero yo me apañaba bastante bien, y me gustaba, pronto lo hice mejor que ellas. Y el campo no era buena salida para una muchacha.
     Así que me vi viajando a Barcelona con una maleta mínima, pues mi vestuario se reducía a lo puesto, en ese momento el mejor de mis vestidos, y a otro más de diario. Y con unas pesetas que mi padre pudo reunir para no mandarme sin nada.
Un día entero tardé en llegar, así como suena, 24 horitas. Salí a las 7  y llegué a las 7 del día siguiente.
     Llegué a la estación de Francia. Una estación grande, ajetreada, gente sobre todo humilde, como yo, bueno como yo no tanto, porque yo era una cría, 14 años. 



Pero ni por un momento me sentí acobardada, desde que el primer día me llevó el tío de mi madre al taller de costura donde  trabajaría y a aprendería corte y confección. Una sola vez y al día siguiente, y todos los demás fui y volví yo sola.
      Pero nunca me perdí, y no solo eso, sino que la modista, esa que has visto en la foto, en seguida me hizo el primer encargo, tenía que entregar tres vestidos acabados en los  correspondientes  domicilios de las clientas.
      Y no vayas a creer que estaban cerca unas casas de otras, no para nada. Pero aunque mi memoria siempre ha sido bastante aceptable, en seguida me hice con una libreta. En ella apuntaba todas las direcciones y los tranvías y explicaciones de cómo ir. Y alguna indicación más sobre la marcha, cosas que a mí me iban a hacer recordar el camino. Que si había que pasar por una fuente grande en forma de concha, si pasaba por la puerta del teatro Apolo, que si un edificio que luego supe que era el Gobierno Civil, todo me valía a mí para recordar el camino.
     Y mi mayor sorpresa vino cuando al entregar los vestidos, y cobrar lo que me había dicho la modista, siempre me daban una propina. La primera vez en cuanto llegué al taller, repasamos las cuentas y di todo correctamente a la señora, y además le dije que me habían dado propina y también se la entregaba. “No, Lina, ella me llamaba así, este dinero es tuyo, tu lo has ganado y merecido por haber hecho el camino y la entrega”.
Esto sí que fue una novedad, porque este dinero podía ser enteramente mío, era independiente del que tenía que cobrar por el trabajo.
     Aunque era muy poco, todas las tardes me compraba un cucurucho de almendras tostadas que me sabían a gloria bendita, por lo ricas y por la satisfacción que me embargaba al poder permitirme semejante lujo. Y para las navidades, tres meses más tarde, había ahorrado para mandar al pueblo un vestido para mi hermana Marga, y varias cosas más para mis hermanos. Cuánto orgullo en aquél primer paquete, orgullo por mi parte y más aún por parte de mi madre y mi padre al recibirlo. Su hija Marcelina, lejos de casa pero siempre con ellos y siempre con el pensamiento en los cuatro hermanos que habían quedado atrás.
Uy se me ha ido el santo al cielo, esta cabeza mía quiere hacer como todos los viejos, solo hablar de sus cosas. ¿Qué pesada estoy verdad?
- Pues no, en absoluto, a mi sus recuerdos de juventud me siguen pareciendo un tesoro. Y cada día me doy más cuenta de lo que vale usted, Marce o mejor dicho, Lina.

     Mientras le decía esto estaba recogiendo las tazas del café y miraba a aquella anciana, que se había quedado con la sonrisa de la niña que comía almendras mientras esperaba el tranvía. Un tranvía pequeño, demasiado pequeño para todos los transeúntes que pretendían subir en él, pero que cumplía a la perfección su labor llevándolos a sus destinos.
   Marcelina recordaba cómo a ella no le molestaba esperar a que llegara, porque así tenía la oportunidad de observar el bullicio de la gente. Grupos de jóvenes que igual que ella habían acabado su jornada de trabajo, y reían de cualquier cosa. Vistiendo sus camisas blancas y sus pantalones anchos y sujetos a menudo por tirantes. Mujeres con cinturas bien marcadas y faldas de vuelo de almidón, las más afortunadas con medias de cristal, pero la mayoría luciendo sus bonitas piernas desnudas, y sus tacones siempre a juego con el bolso, ese único bolso y ese único par de zapatos. Qué guapas le parecían a ella, tan recién llegada y tan ávida de conocer e imitar sus maneras.

De nuevo volvió del pasado al escuchar:

- Adiós, hasta mañana, me subo, que mi hijo debe estar a punto de llegar de la universidad.
-*-*-*-*-*-*



Asun.BH® 26 de enero de 2013

9 comentarios:

  1. Es curioso lo bonita que puede resultar una historia que, en realidad, es bastante terrible (empezar a trabajar con 14 años, Dios mío). Y conozco casos peores, mi abuelo paterno, sin ir más lejos, con nueve años empezó a trabajar en un mina de carbón.
    Pero la historia que cuentas me parece muy veraz, porque he conocido casos similares y con menos edad, y la protagonista de tu historia lo vivía con ilusión y como una puerta a la oportunidad; lo mismo que me han contado de viva voz algunas mujeres.

    Espero y deseo que todo siga "sobre ruedas", Asun.

    Un fuerte abrazo.

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    1. Esteban esta historia es continuación de otras. En la primera cuento cómo Marcelina es una mujer de 84 años que comparte las tardes con su vecina de 51 recién separada. Entre labores y tejer de agujas y lana, Marcelina cuenta su vida.
      Me resultan unos personajes muy entrañables, y es al fin y al cabo la historia de la España del siglo XX.
      Que gusto me da que compartas alguna historia parecida.
      Y si, todo va muy bien, sigo animada y no me he resentido al empezar a trabajar, solo faltan por cicatrizar del todo los puntos, pero eso ya es lo de menos.
      Besos

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  2. Esa era el comienzo de la emigración que luego se extendió por toda Europa, mano de obra barata. Que triste y que cierto. Como siempre es un placer leerte. Un beso.

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    1. Hola Tigu, así es, si escuchamos a nuestros mayores aprenderemos y comprenderemos que los mas humildes siempre lo hemos tenido dificilísimo para salir adelante.
      Gracias por acercarte a leer.
      Besos.

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  3. Me ha encantado! Gracias por repostearlo

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    1. Gracias preciosa Penny, no sabes lo que disfruté el sábado, fue todo un regalo.
      Besos.

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  4. Coincido con Esteban sobre lo tierno de la "aventura" y lo duro al tratarse de alguien con 14 años. Por Dios qué duro el viaje de 24 horas.
    Me gustó, siemnpre me gusta leerte.
    Unos besos dulces.

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    1. Hola Gabriel, ya sabes era la postguerra pura y dura. Yo misma recuerdo haber ido de Madrid a Málaga en un expreso que tardaba toda una noche, 12 horas.
      Es la memoria histórica.
      Las imágenes son reales, una de ellas prestada de un blog que te recomiendo, pues tu siendo catalán, creo que te gustará http://mtvo-lasmentiras.blogspot.com.es/
      Un beso.

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