Los pies colgando en dulce balanceo. Tu
brazo fuerte y grande en mi espalda, ejerciendo una presión que adivino
controlada, precavida, siempre protectora. Gritos alborozados de sangre joven y
revuelta. Bullicio de hormonas a medio despertar o locamente espabiladas ya. El
sol de los días despreocupados dando color a mis mejillas, suficientemente
encarnadas ya siempre que tú estás cerca. Las tuyas perladas de calor, tan
deseables. Silencio fluido entre nosotros, uniéndonos más que cualquier palabra
hueca.
Cae la tarde, anochece la vida.
El agua a nuestros pies se vuelve
oscura y la brisa fría.
¿Nos vamos?
Un suspiro, una mirada cómplice y
un gesto conforme. Él siempre más ágil es ahora el último en ponerse en pie,
ella le ayuda con su fuerza de gorrión, mariposa dorada. Cincuenta atardeceres
después juntos emprenden el camino de regreso.
Puedes comentar AQUÍ
Qué hermoso, Asun! Tus palabras y lo que describes. Qué privilegio es tener con quién compartir la vida confiadamente! Te dejo un abrazo, hacía mucho que no me pasaba por aquí, me estuve perdiendo tus reflexiones de tan fina sensibilidad. Beso
ResponderEliminarMuchas gracias Yadira, y perdón por tardar tanto en responderte.
ResponderEliminar