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miércoles, 3 de julio de 2013

SAN FERMÍN Y MICHAEL JACKSON.

-Corre
-Si, si, si…

Sin decir nada más empecé a correr, tan rápido que me tambaleé durante una décima de segundo, suficiente para saber que todo podía acabar en ese mínimo instante de tiempo. Y desobedecí la primera regla de la carrera. No mirar nunca hacia atrás, la segunda ley es correr, correr todo lo que se pueda, pero inteligentemente, poniendo los cinco sentidos en ello, para no caer o llevarse por delante al resto de corredores. La tercera es retirarte a un lado cuando te den la orden acordada.

Yo desobedecí la primera, miré en un movimiento breve hacia atrás, muy levemente pero lo suficiente para ver una cabeza enorme, unos ollares nasales, que se inflaban y desinflaban a ritmo frenético y una lengua inmensa saliendo por un morro rodeado de babas, que se desprendían a un lado y a otro, mojando aún más el suelo ya empapado.

Comprendí, que no era el agua lo que hacía resbaladizas aquellas limpias losas del empedrado de mi calle favorita de España, la calle Estafeta: lo que la hacía endiabladamente resbaladiza eran las babas de los toros.

Por encima de su nariz, boca y ojos, vi sus cuernos. Dos estupendas astas que así, a unos centímetros de mi espalda, me parecieron cobrar unas dimensiones imposibles de asimilar.

Y me acordé de mi madre, mamá adiós, de mis hermanos, os quiero mucho, de mi trabajo, compañeros gracias por todo, de mis amigos, no los podía haber tenido mejores… y entre mis amigos estabas tú, te vi bailando tus pasos favoritos, bailabas la secuencia completa del thriller de Michael Jackson, te vi maquillado y vestido como él, en la fiesta de graduación del instituto hace unos años, estuviste genial y te confieso que fue entonces cuando me enamoraste sin remedio y para siempre.

Todo eso vi en ese segundo interminable en que cometía el error de volverme y ver ese miura detrás de mi tan rápido, que finalmente no me hizo ni caso, no reparó en mi, que me apartaba gracias al tirón preciso que me diste en el momento justo.

Entonces nos adelantó, pasó de largo en su loca carrera, mientras yo conseguí pegar mi espalda al cierre de un comercio. Y juraba que me quedaría allí para siempre, pegada a esa pared o a cualquier otra, y que jamás volvería a ver un toro en mi vida. Ni por la tele.

Y tu mirándome y riendo, con la expresión que te deja en la cara el subidón de adrenalina, como si hubieras visto las mismas secuencias que yo en lo que pensaba era mi último momento de vida, te pusiste a bailar aquellos pasos de Michael Jackson.




Asun® 8 de Julio de 2012