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domingo, 13 de mayo de 2012

El milagro del mar



     Me gusta mucho el mar. Observar su azul, a veces claro, radiante, intenso, celeste, limpio, tranquilo. No hay nada que transmita más serenidad que contemplar su superficie, ligeramente abultada por la llegada de una ola, que viene ribeteada por una cresta blanca. Merengue que se antoja dulce, y que sorprende al alcanzarnos en una lluvia de gotitas saladas.
     Pero no sé por qué acepte hacer aquel viaje, seguramente no quería defraudarte, orgullosa como estaba de tu amistad.
Y llegó el viernes que ambos nos cogimos libre en el trabajo.
     Tomamos un vuelo con un destino para mí incierto, literalmente incierto, porque no había oído hablar jamás de de semejante ciudad, Akureyri. Pero existía. Un puerto pesquero al norte de la muy norteña Islandia.
     Naturalmente hacía frío allí, y el ambiente me pareció silencioso y solitario. El mar de un color azul rotundo, casi negro, estaba bastante agitado, dándome una sensación poco acogedora que me hizo temblar, tanto que se me notaba a través del grueso jersey de lana y el magnífico anorak, que me habías regalado, en un arrebato de espléndida emoción por mi consentimiento en acompañarte en aquel loco viaje.
     Sin embargo a pesar de lo inhóspito y frío que me parecía todo, no había ningún detalle dejado al azar, tenías todo puntualmente previsto y todo estaba pensado. Nos instalamos en una casa alquilada para cuatro días. Hicimos unas compras en un supermercado del pueblo, y hasta me pareció que no era la primera vez que habías estado allí. Durante todo ese tiempo no dejé de temblar ni un segundo, esto te causaba entre ternura y gracia, y de vez en cuando me abrazabas y me apretabas contra tu pecho, fuerte y seguro. Cenamos algo en una especie de taberna y como yo no estaba muy habladora y había caído completamente la noche, nos fuimos a la casa. Afortunadamente contaba con una bonita y práctica chimenea, que creó un ambiente acogedor y me hizo abandonar mi temblor y olvidar un poco lo que nos esperaba al día siguiente.
     Pero el día siguiente llegó antes de lo esperado, pues era necesario madrugar bastante para nuestro propósito, propósito que empezaba a parecerme un extravagante capricho: un paseo por el mar en Islandia.
     Bien abrigados, pero cómodos, para faenar, en palabras de mi amigo, “faenar”, no quise imaginarme lo que querría decir aquello, nos vimos a bordo de aquel barco. El barco menos fiable y menos seguro del mundo.
     Y recordé que el mar me gusta, pero desde la orilla, desde la seguridad de una barandilla en el paseo marítimo de nuestras tranquilas playas mediterráneas, nada parecido a la fragilidad de  este cascarón. En él nos esperaba un lugareño, el capitán de navío, y recé para que la relación entre las malas pintas y la experiencia y pericias marinas fueran inversamente proporcionales: a peor apariencia, mayor maestría.
      Procurando que se me notara lo menos posible el miedo y la fatiga que estaba sintiendo, me subí y me anclé, término muy marinero y exacto, a un banquito que había en un lateral, babor según mi amigo.
      No tenía que esforzarme tanto en disimular, pues mi querido compañero, no veía más allá de su propio entusiasmo y alegría. Me sonreía todo el tiempo, y se acercaba y me hacía algún guiño cómplice.
     Una náusea se instaló cómodamente en mi estómago, y no hacía más que crecer y crecer. Hasta que fue inevitable, y tuve que luchar para no recibir la más tierna de sus caricias, con una bonita rociada de mi más tierno vómito.
    Su reacción fue rápida y se apartó de mí con un salto, no cabía duda de que estaba en forma. Me sentí avergonzada y estúpida.
     Mi estómago estaba empeñado en salirse entero por la boca, y mi cabeza era un caos giratorio, donde no se distinguía cielo o mar. Busqué en algún bolsillo y encontré un patético pequeño pañuelo de papel, con el que pude limpiarme. Ya me daba igual todo, el viaje era un fracaso absoluto y no quería que nadie se acercara a mí en todo el resto de nuestro avatar marino.
    Abrí los ojos, al sentir que me secaban la cara con una toalla. Estaba llorando. A través de las lágrimas vi su cara distorsionada pero sobre todo preocupada. Estábamos dentro del camarote interior del barco, no recordaba cómo había llegado hasta allí.
    O sí, me había desmayado. Y de ello hacía casi una hora, la mejor hora según parece para contemplar el mar y él la había perdido allí conmigo.
     Me miraba enfadado, pero no por eso, sino porque yo no le había contado que el mar me daba pánico, y ese pánico me había vencido. Después  de esta confesión pensé que podría descansar durante el resto de la navegación.
     Nada más lejos de la realidad, porque repentinamente me vi arrastrada al vaivén infernal de cubierta.
     Y allí en seguida lo comprendí todo. Y todo mereció la pena. Tenía ante mis ojos la verdadera razón del viaje, y nunca mejor dicho, su verdadera dimensión.
     Ante mis ojos y a muy poca distancia varios seres enormes, majestuosos, imponentes, salían del agua en un saltar de toneladas, con cuerpos macizos y a la vez ágiles.
     Ballenas. Ballenas de superficie brillante, negra con alguna mancha blanca, extrañamente esbeltas en su redondez.
     Estaba fascinada, apenas podía asimilar tanta belleza y mi asombro y admiración debían dibujarse en mi cara, porque mi amigo me prestaba casi tanta atención como a ellas. Hasta el “capitán” del barco, me miraba con una sonrisa de aprobación.
     Aquellas ballenas eran únicas, y así me sentí yo contemplándolas, única y privilegiada por poder compartir el milagro de su existencia.




Asun®13 de mayo de 2012

6 comentarios:

  1. Hola Asun. Que relato tan bonito parecía poesía, me has hecho vivir, sentir, imaginar cosas tan bellas. Que maravilla de escrito y las fotos me han encantado. Gracias por dejarme entrar en tú casa y disfrutar de las cosas tan bonitas que escribes.
    Espero que sigas muy bien en tú recuperación.
    Muchos besos.

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    1. Gracias Ariel, al menos veo que se entiende el relato, la aventura de ver esas magníficas ballenas.
      Gracias como siemmpre por seguirme con tanto cariño.
      Besos.

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  2. asun excelente relato la matanza indiscriminada de ballenas que comenzo alrederor del año 1600 es un gran negocio para la indusria ballenera aceite, carne, piel ect no dejemos que las maten. que te sigas recuperando de la operacion besos carlos

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    1. Las ballenas simbolizan un poco el valor de la naturaleza y la riqueza de las especies que pueblan la tierra. Y nosotros los humanos nos respetamos nada, anteponemos nuestros intereses a todo lo demás.Esperemos que ballenas y otros animales no acaben como protagonistas ficticios de nuestros relatos.
      Y ya estoy muy bien, todo ha sido mas leve de lo que esperaba.
      Gracias y besos.

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  3. Hola, Asun:
    Ya veo que estás en forma. Me alegro.
    No sé de donde sacas esas fotos tan preciosas. ¿Te has fijado en la primera lo insignificantes que somos los humanos? Hay que hacer un esfuerzo para apreciar al surfista ante la inmensidad marina.
    En cuanto al relato, menos mal que terminó bien, porque si no... ¡menuda faena!, je, je, je.
    Un abrazo

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    1. Efectivamente Pinolero, eres muy observador, al ver la foto mas ampliada, si pinchas en ella, se obsrva al surfista.
      Pero como quería una foto que transmitiera tranquilidad, escogí esa.
      INternet nos da una ventana donde encontrar todo lo que queramos. El pueblo es real, lo estudié cuando me preparaba mis oposiciones, dentro de la geografía mundial. Quien me iba a decir que acabaría siendo escenario de un relato.
      Besos y gracias por tu atenta visita.

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