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lunes, 16 de junio de 2014

Se vende (un hermano)- Los cuentos del pan IV

     Nieves limpiaba afanosamente los cristales de la panadería. Los primeros días de la primavera habían traído la alegría del sol. Pero con tanta luz también se hacían más visibles las motas de polvo, las salpicaduras de las lluvias pasadas y sobre todo las huellas de los deditos de sus jóvenes amigos, los niños.
     Desde dentro, desde afuera, desde abajo y desde arriba Nieves miraba orgullosa sus puertas, había dejado unas cristaleras impecables.
De repente empezó a escuchar un torbellino de voces que se acercaba rápidamente, pasaban unos minutos de las cinco de la tarde.
Nerea y sus compañeros acababan de salir del colegio. Poco iba a durar su limpieza. Nerea entró como una bala, no sin antes dejar su huella completa justo en el lugar más visible. Un suspiro escapó de la boca de Nieves, a la vez que saludaba:

—Hola preciosa, umm ¿qué te ocurre?

La niña resultaba más transparente que sus propios cristales y estaba claro que hoy le ocurría algo y al parecer grave. Sin decir nada se sentó en el rincón donde compartían muchas tardes merendando y jugando con otros niños.
Un momento después entraba su madre, resoplando como de costumbre, cansada pero con una alegría especial en la cara, contrastando con su enfurruñada hija.
— Buenas tardes, ¿ocurre algo? —preguntó señalando a la niña.
— Hola Nieves. No, bueno sí. Tengo una noticia estupenda, estamos contentísimos.
— Pues Nerea no lo parece, la verdad.
— Efectivamente, pero ya se hará a la idea. ¡Estoy embarazada!
— ¡Enhorabuena!

Nieves salió de su mostrador para dar un abrazo y un beso a la mamá. Se separaron repentinamente asustadas por un ruido grande. La silla donde se sentaba Nerea rodaba por el suelo, y la niña también.

— Pero hija! ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien cariño?

La niña estaba bien, Nieves sospechaba que lo único que tenía herido era su corazoncito. La llegada de ese hermanito estaba haciendo tambalearse mucho más que una silla para Nerea.

 — Te la iba a dejar un ratito, pero no se qué hacer— comenzó a decir la mamá, con la niña agarrada a sus piernas, en clara actitud mimosa y lloriqueando.
Vete tranquila, Nerea y yo estaremos bien. Prepararé una buena merienda, no hay nada que un buen cacao no pueda calmar.

Madre e hija se separaron y de mala gana la niña se volvió a acomodar en la silla, con los codos encima de la mesa sujetando su cabecita y con el gesto de nuevo torcido.
Sin prisa cogió dos tazas, buscó el bote del cacao y la leche. Despachó a un par de clientas, lo cual le dio un poco más de margen para pensar en el enfoque que daría a la conversación que tendría con la niña.
Se le partía el corazón al verla tan desolada, sobre todo porque estaba segura de que en unos días la vería saltar de entusiasmo e impaciencia por la llegada de  ese hermanito. Conocía muy bien a la niña, la sabía generosa, de corazón limpio y abierto. Era sensible y tenía una bondad natural. Pero claro, ahora se enfrentaba a un cambio demasiado grande, el más grande que hubiera imaginado. Un nuevo habitante en su universo, otro actor que amenazaba con quitarle su papel protagonista y que podía tener mayor éxito que ella.

— Nerea, no te alegras de tener un hermanito?
— Pues no. No sé porqué tú te has alegrado tanto.
— Bueno no creas, estaba disimulando. Tampoco me hace tanta gracia.
— A ti te da igual porque no va a vivir en tu casa, ni te romperá tus cosas ni…
— Uy calla, no me da igual. Porque yo lo paso muy bien contigo y tus amiguitos. Y a lo mejor al hermanito nuevo no le gusta venir aquí.
— Entonces, ¿tú tampoco le quieres?
— Digamos que todavía no le quiero. Habrá que esperar a que nazca y ver como es. Tú puedes hacer igual, esperar a ver como se porta cuando venga.
— Será feísimo y llorón, como todos los bebés.
— Seguro que sí. Yo creo que lo mejor será que no le hagamos caso. Cuando venga aquí, no le prepararé un cacao calentito en el invierno. No le daré mis ricas magdalenas y por supuesto no jugaremos con él. Lo dejamos en un rincón y si llora, que llore.
— Y si es una niña?
— Igual, no le hacemos ni caso.
— ¿Y si nos molesta de todas maneras?
— Podemos poner un anuncio.
— ¿Un anuncio?
— Si Nerea, no te acuerdas del cartel que pusimos para vender la bici del vecino de arriba. En seguida la compraron.
— ¿Vendemos a mi hermanito?

Nieves ponía cara de estar muy segura y de desprecio y Nerea cada vez más ponía cara de pena y de horror ante la idea de deshacerse de su hermanito o hermanita.
La panadera estaba satisfecha porque estaba consiguiendo su objetivo, como era de esperar la niña estaba recapacitando.

— ¡Pero cómo vamos a venderlo! ¿Es que tu no lo quieres nada de nada?— preguntó finalmente Nerea, casi llorando.
— Si yo lo quiero mucho, pero a ti te quiero desde antes que a él, y te quiero tanto que estoy dispuesta a hacer lo que sea. Pero si lo has pensado mejor, nos lo podemos quedar.
— Lo he pensado mejor. No lo vendemos.
— Me alegro, porque la mayoría de las veces los hermanos pequeños son muy divertidos. Hacen todo lo que les dicen sus hermanos mayores porque los quieren más que a nadie en el mundo. Los hermanos mayores son siempre los héroes de los hermanos pequeños.
— ¿Si? ¿Seguro?
—Segurísimo.

Nerea lucía ya su sonrisa más preciosa, la que iluminaba su cara y a todo el que estuviera a su alrededor. Resultaba tan encantadoramente inocente, que conmovía mirarla.

— Mira, ya vuelve tu mamá.

La niña se levantó de un salto y corrió a la puerta.

— ¡Mami! ¿Sabes qué? Estoy deseando que llegue el hermanito.
— Ummm

Nieves y la mamá se miraron, la una satisfecha y la otra extrañada, pero feliz.

Ni me mires, ni me preguntes— dijo Nieves— yo no he hecho nada de nada.
— Mil gracias, eres un cielo, a veces me pienso que eres mi ángel de la guarda, bueno el mío y el de Nerea.

La niña ya había recogido su mochila escolar, y estaba dispuesta a irse con su mamá. Puso la mejilla al pasar por su lado, y Nieves depositó un sonoro beso en ella. Mientras ponía otro beso en la palma de la mano y lo mandaba con un soplido a la radiante mamá.






Asun©15/06/14