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martes, 4 de febrero de 2014

El infarto.

     Miriñaques y polisones fueron convenientemente acomodados en el asiento del taxi.
A la vez atusó su peluca de tirabuzones. Media hora después subía las imponentes escaleras del Casino mientras se ajustaba la máscara. En el salón de baile, varias parejas danzaban con Strauss de fondo.             Esperaba que su amigo Paolo no tardara en llegar. Buscó su móvil, pero se lo había dejado en casa.

   
Sintió una mano en su hombro y al volverse un elegante caballero le hizo una reverencia. Paolo le pareció irresistiblemente seductor bajo su antifaz. Delicadamente la condujo a la pista central.
       Bailaron. Girando y girando, de repente un beso robado, al que siguieron otros consentidos. Por fin se habían decidido.
     De madrugada él la acompañó. Se despidieron en el portal, entre besos y jadeos. Al entrar en casa se quitó la máscara y vio el móvil. En un impulso lo cogió para invitarle a subir y poner así la guinda a una noche perfecta.
     Había un mensaje de Paolo. Segura de que él quería lo mismo, lo leyó temblando de deseo:

“Niña, lo siento. No puedo ir al baile, mi padre ha tenido un infarto y está jodido en el hospital. Ve tú y diviértete. Hablamos.” 

 Asun©31 de enero de 2014

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