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sábado, 5 de octubre de 2013

Había una vez... un zoo

El zoo estaba revolucionado. En el aviario las cotorras parloteaban más deprisa y alto que de costumbre. No daban abasto a repetir las últimas noticias que se estaban sucediendo.
     Los monos saltaban velocísimos de un lado a otro, y gritaban de pura indignación Estaban seguros de que cualquiera de ellos habría hecho mejor papel en la realeza que esa pequeña y torpe elefanta. Habrían hecho lo que se esperaba que hicieran,  monerías, y jamás hubieran sacado los pies de ese tiesto amado y seguro que eran sus jaulas.
     Las rechonchas cebras movían la cabeza de un lado a otro, entonando una letanía de “vayapordios”, “loquehayquever”, “adondevamosallegar”, todo en forma de graciosos relinchos, que en realidad eran pura indignación.
     Y todos los animales en general, recordaban el día del nacimiento real, cuando en la rueda de prensaanimal, le preguntaron al orgulloso padre si había nacido una princesa y contestó: “Pueblo mío, animales todos, hoy nos ha nacido UNA ELEFANTA”


     Pasados los años, y pasado también el orgullo, la realeza y la elefantía, la mocita eligió entre sus pretendientes. Vino a fijarse en un atlético antílope. Alto y esbelto, ejemplar único, de muy buena planta, pero de muy mala ralea.

     En muy poco tiempo esta nueva familia, estuvo muy acomodada, se hizo construir una cuadra nueva, donde no cabía ni una brizna más de heno.
     A la vez que en los zoos vecinos empezaba a escasear. Nadie acertaba a explicar semejante fenómeno.
     Hasta que un halcón peregrino, peregrinó de un zoo a otro. Y descubrió el percal. Todo lo que faltaba en casa de unos, estaba en casa de los otros, concretamente en la de Dª Elefanta y Don Antílope.
     Y por primera vez en la zoohistoria, hubo que juzgar a la familia real, y sentar en la rama de los acusados a una elefanta, y decir que esto era complicado, cae por su propio peso.
     El zoo que había tenido la casta más alta y rubia y guapa, de elefantes y elefantas, cayó en desgracia.
     La mayoría de los animales ya no quería pertenecer a él. Después de largos y aciagos días se decidió contratar a un cazador, alguien que pusiera orden y devolviera todo el heno sustraído a los zoos vecinos.

     No fue fácil, el antílope como era muy rápido se adelantaba al cazador y siempre que podía le ponía la zancadilla. Pero con la ayuda de los astutos zorros, que muy astutamente se pasaron de bando, la cuadra real se fue limpiando de lo que no era suyo.
     Y el grueso de los animales que eran de naturaleza bondadosa, una vez apartada la desagradecida pareja, volvieron a aclamar a su viejo y entrañable Rey.
      A pesar de que como viejo que era y viejo que estaba, tuvo un lapsus, y había organizado como diversión una cacería, de… elefantes…que dio nuevamente mucho que cotorrear a todas las aves del querido aviario del zoo.




Asun ©4 de octubre de 2013