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jueves, 21 de marzo de 2013

Lo que empecé a ver cuando perdí la vista



¿Se puede llorar sin ojos? Ojalá no tengas que averiguar por ti mismo esta respuesta.
Sí, se puede llorar sin ojos. También se puede llorar sin lágrimas. Es desde luego un llanto menos poético, menos vistoso, no tiene comparación. Apenas nadie se da cuenta, casi nadie repara en ello, no te sientes molestamente observada. A cambio les pagas con la misma moneda, tú tampoco les observas a ellos. No les ves.
Es curioso piensas que al perder la vista la oscuridad te va a tragar como un pozo mas sediento de ti que de agua. Y crees que vas a perder todas las imágenes que pueblan tu mente, y que solo habrá un vacío, un abismo al que el vértigo te impide asomarte.
Da vértigo, pero se pasa. Cuando al fin te decides a salir de nuevo a la calle, a salir de nuevo a la vida, encuentras que ese vacío al que temías está lleno de otras cosas. Primero la atención que has de poner en cada paso que vas a dar aúna todos tus sentidos en ese esencial cometido.
Luego te invaden los ruidos, parece que te han instalado un amplificador magnífico, captas todas las voces, y a través de ellas intuyes a sus propietarios, oyes todos los pasos, decenas de pares des pies caminando, más despacio o más aprisa. Y también intuyes a sus propietarios, taconeo para ellas, pisadas grandes y enérgicas para ellos, correteos infantiles apoyados en sus risas y voces cantarinas para los más pequeños. El mundo está en su sitio, no ha desaparecido, solo que  lo ves de otra manera, a través de tus oídos.
También sabes que las calles siguen estando ahí. Los coches... es curiosos pero reconozco algunos tubos de escape… ese catalizador… hay que cambiarlo.
Las motos, hay que envidia, nunca fui motera, pero ahora quisiera poder conducir una.
Y hasta los semáforos, oigo su clak cada vez que cambia su luz y sé perfectamente que se pone verde por el sonido detenido momentáneamente cuando los coches paran y cruzan los peatones. Es genial, lo tengo controladísimo, sé que soy más rápida cruzando que el resto de viandantes, aunque vean. Al final me gusta ponerme retos de este tipo, empiezo a disfrutar de mi nueva condición, a menudo me digo soy invidente, pero no estoy ciega.
Otra cosa en la que he reparado es en los animales, la ciudad está llena de animales, sobre todo perros, ladridos y jadeos, perros grandes o pequeños, impacientes o tranquilos. Ahora  los veo de esa otra manera, siguiendo el rastro de sus sonidos, y a veces, increíble pero cierto, de sus olores.
Pero sin duda los reyes de la fauna urbana son ¡los pájaros! La ciudad es hogar de miles de ellos. Hay infinidad de maneras de piar, cada una correspondiente a una clase de ave. Ironías de la vida, ahora que los distingo, no puedo verlos.

Así es la vida, cuando aprendes a apreciar la enorme diversidad que el universo nos ofrece, es precisamente cuando ya no puedes verlo.

La gallina ciega
Francisco de Goya, 1789-Museo del Prado, Madrid, España



Asun© 21 de marzo de 2013