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miércoles, 6 de junio de 2012

Iría y los niños.


Iría y los niños.

Iría estaba muy contenta. Acababa de terminar su carrera universitaria y había encontrado su primer empleo. Lo cual no era muy corriente en la época actual. Se trataba de un puesto de educadora en una escuela infantil. Algunos hubieran pensado que para trabajar en una guardería no había hecho falta tanta carrera, pero ella sabía que en la educación estaba el futuro y sobre todo que los pilares que sostendrán a una persona se generan en la primera edad.
     A pesar de no contar con experiencia laboral alguna, supo que había puesto ella mucho más entusiasmo en la entrevista que su futura jefa. Esta además no se interesó en ofrecerle una imagen atractiva del puesto de trabajo que le ofrecía, tuvo que ser ella la que aportara el deseo y la esperanza de que cristalizara la relación laboral entre ambas.
    Por fin salía de firmar el contrato, y se despedía hasta el día siguiente, en que empezaría a trabajar. Se propuso que todo fuera perfecto, no habría esfuerzo que escatimar por su parte para que su nueva etapa fuera fructífera.
     Se moría de impaciencia y nervios al llamar a la puerta de la escuela en su primer día de trabajo. Saludó a la Directora, y a su compañera, que con ella misma, formaban la plantilla. Eran las 7 de la mañana, en solo media hora empezarían a llegar los primeros niños.
     Pero no fue ella la que salió a recibirlos, a pesar de sus ganas por hacerlo comprendió las explicaciones de su jefa, no los conocía y era mejor que no fuera ella la que les abriera la puerta.
     Le indicaron que fuera a la cocina y allí empezó con los preparativos del desayuno que tomarían a medida que llegaran. Tuvo la impresión de que las cosas no estaban debidamente ordenadas, no solo allí, sino en el gran salón donde los niños debían pasar la mayor parte de su tiempo. Salió de la cocina y lo observó todo, había juguetes casi por todas partes, y la zona que supuso era para comer no le pareció muy cómoda.
     Volvió a la cocina, y preparó, atendiendo a su propio sentido común y a unas breves notas pegadas a las puertas de los armarios superiores, diferentes tipos de desayunos.
     Luego no hubo tiempo de nada, los niños llegaron casi todos en una misma tanda, y se juntaron llantos, toses, y gritos. Sin embargo una vez pasada esta primera hora, echaba de menos el barullo y sobre todo las risas, mirando desde la distancia de la cocina se diría que aquellos niños habían perdido la espontaneidad.
     Llegó el final del día, y como al principio, quiso salir a despedir a los niños y de nuevo la misma excusa, que no los conocía y no era buena idea. Así que los observó desde la distancia y vio que no parecían sentir la marcha, no es que esperara que no quisieran irse, pero no mostrar ni el mínimo cariño en la despedida, le chocó un poco.
     Volvió a la cocina, que parecía iba a ser su sitio natural, ordenó de nuevo lo manchado en la tarde y vació el lavavajillas, que ella misma había puesto con el menaje de la comida y desayunos. Después dispuso en la encimera lo necesario para los desayunos del día siguiente, recordando el desorden encontrado esa misma mañana, y procurando dejar todo, si no listo, al menos bastante adelantado.
     Oyó como se despedía su compañera, y también echó de menos unas palabras con ella, ¿no debía haberle preguntado que tal su primer día?
     Finalmente vio que también la Directora se ponía su abrigo y la venía a buscar para que hiciera ella lo mismo, y poder cerrar. Le preguntó como había pasado ese primer día de trabajo, gracias a Dios, sin embargo apenas escuchó su contestación.
     De camino a casa ordenó todas las impresiones, emociones y sentimientos que había tenido a lo largo de aquella agotadora primera jornada de trabajo.
    Iría era así metódica y pragmática, pero a la vez cariñosa, servicial y preocupada por todos los que la rodeaban. Desde el momento en que conocía a alguien se echaba sobre sus espaladas la responsabilidad de contribuir a su felicidad y bienestar. Pero este sentimiento se veía acrecentado cuando se trataba de niños. Por eso estaba deseando que amaneciera y volver a la guardería para ver a los niños.
    Extrañamente recordaba todos los nombres y era prácticamente capaz de ponerles cara y solo quería ver esas caritas siempre sonriendo, porque no podía imaginar nada más maravilloso que la franqueza y sinceridad de esas boquitas dejando ver unos dientes de juguete.



- Los papás de Jaime quieren verte, y también los de Sara, y los de Paula.
La directora se lo decía con voz autoritaria y seca, pero Iría sabía que no había nada que temer. Habían transcurrido dos meses desde su llegada a la escuela, y el cambio en todos los sentidos era insospechado.
     Los niños reían, y también lloraban, pero con una energía de niños sanos, contentos, con la seguridad de estar atendidos y ser queridos.
     Había cambiado también la disposición de los espacios, ahora se podían distinguir perfectamente tres zonas: la de los juegos, la de las comidas y una tercera para el descanso. Y los niños sabían claramente lo que se esperaba que hicieran en cada una de ellas, y lo que era más sorprendente después de unos días de metódico orden y horarios, todos lo respetaban bastante bien.
    Con ese mismo método y energía impuso su criterio en la cocina, las cosas debían estar el menor tiempo posible fuera de su sitio o sucias, si se recogía todo sobre la marcha y se dejaba listo para el día siguiente, pronto empezaron a ver que el tiempo cundía mas, y con menos esfuerzo. Sin contar con la apariencia siempre agradable a la vista de limpieza y eficacia.
     Así ella podía dedicarse mucho más a lo que realmente le apasionaba, estar con los niños, cuidarles, conocerles, enseñarles, en definitiva a educarles, llevarles a través de juegos y canciones, a descubrir sus habilidades, su carácter, conteniendo a los que necesitaban límites y animando a los que pedían un empujoncito.
    No era extraño que todos quisieran sentarse a su lado, que les diera de comer, que les dijera “sana, sana…” para que mágicamente sus heriditas y golpes se curaran de inmediato. Y ella encantada acudía a sus requerimientos, les saludaba a la entrada “buenos días princesa o súper campeón y ella era la última que les despedía a la salida.
Por ello acudió sin miedo a ver a los papás de aquellos niños que la estaban esperando y escuchó satisfecha su pregunta:
-¿Pero qué les das para que te quieran de esta manera?, Ya podías compartir tu secreto, porque además ¡te hacen caso!


Asun®6 de junio de 2012