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miércoles, 15 de febrero de 2012

El beso

 El beso

Unos pitidos agudos a su espalda avisaban de que algo no funcionaba en la impresora. Otra vez, pensó, parece mentira que sea nueva. Atasco de papel, abrir puerta zona B. Así lo hizo, y después de abrir varias tapas, de diferentes zonas de la máquina, descubrió un folio a medias de imprimir y medio atrapado, lo sacó con mucho cuidado y volvió a reiniciar la impresión. Cuando todo estaba en orden, se miró las manos y como cabía esperar se había tiznado bastante con la tinta negra. Y eran casi las 10 de la mañana, la hora de tomar su pequeño desayuno con sus compañeras.

No lo pensó más y se dirigió al servicio para lavarse las manos. En el cuarto de baño, el aseo que estaba separado de la zona de lavabos, estaba ocupado. Abrió el grifo y se disponía a servirse jabón del dosificador de la pared, cuando reparó en que había un teléfono móvil en la encimera.

Lo reconoció inmediatamente, era el de Rebeca, su mejor compañera junto con Ana, así que abrió la boca para llamarla, dando por hecho que era ella, la que estaba en el aseo, cuando se interrumpió bruscamente, ya que al tocar la pantalla táctil del móvil apareció una imagen. Era la última fotografía tomada desde él. Y se quedó paralizada. En la foto aparecían sus dos amigas, Ana y Rebeca, sus queridas e inseparables Rebeca y Ana.

Pero Elena seguía petrificada, y aún así, en un imperceptible movimiento mecánico de su dedo sobre la pantalla, surgieron más instantáneas y ella estaba cada vez más helada, pero dejó el teléfono en un respingo, al escuchar ruido de movimientos al otro lado de la puerta cerrada del aseo. Rápidamente olvidando sus manos sucias de tinta, salió al pasillo y se agazapó tras la puerta de la Sala de Reuniones que estaba justo enfrente.

Desde allí sin ser vista pudo observar como salían del baño sus dos amigas, ¿amigas?, si, eran mucho mas que compañeras, tenían plena confianza, se lo contaban todo, sin secretos, o eso creía ella…

Entonces ellas se separaron, cada una fue hacia sus respectivos despachos, pero la mirada que mantuvieron apenas unos segundos, vino a confirmar que las fotografías no mentían. Todo era real, y a través de un torbellino de imágenes retrospectivas que se remontaban al principio de su amistad y que se sucedían escapando a su voluntad, comprendió que había estado ciega y que lo que unía a esas dos mujeres era algo más profundo e íntimo, que una simple complicidad de hermanas.

Y así había quedado sellado en el beso, a la vez tierno y rebosante de deseo, que reflejaba la imagen de la primera fotografía en la pantallita del móvil de Rebeca y que todavía la mantenía paralizada tras la puerta de la Sala de Reuniones de su oficina.