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jueves, 15 de diciembre de 2011

la bufanda

La bufanda

De repente se había acordado de aquella bufanda que le regaló su abuela, en las últimas navidades. En su momento dijo que le encantaba, pero nunca la estrenó, bueno según parece le había gustado tanto, tanto, que no quería estropearla, “curiosamente” disfrutaba mas viéndola en aquél cajón de su armario.
Y Raquel, ese día sintiéndose de ese modo más cerca de ella decidió ponérsela, la echaba tanto de menos, se repetía lo de la ley de vida y todo eso, que son cosas que inevitablemente llegan, que los abuelos nos tienen que faltar algún día, pero era duro.
Nunca fue consciente de lo cerca que estaba de ella hasta que le faltó, así de repente, por ejemplo cuando llegaba el domingo y no la oía refunfuñar que “en esta casa cada día se come más tarde, y cada uno entra y sale sin orden ni concierto”, refiriéndose claro está a ella y sus hermanos, que se habían echo mayores y verdaderamente respetaban poco los horarios.
Y se colocó la bufanda, que para su sorpresa combinaba perfectamente con su tez clara, y hasta le hacía la miel de sus ojos más dulce todavía.
Como siempre (¡qué razón, tenía su abuela!), iba tarde, así que corrió para no perder el metro, y no lo perdió, pero si perdió la bufanda, que se le escurrió justo en el momento de entrar de refilón antes de que se cerraran las puertas tras de sí.
Quiso gritar, ¿por qué le tenía que pasar esto?, se sintió perdida, desamparada, otra vez el vacío, el mismo vacío de la ausencia de su abuela, personificada de nuevo en la pérdida de su bufanda.
Llegó al trabajo desolada, además se dio cuenta de que tampoco había coincidido como todos los días con su compañero Julio, y empezó a sentir que todo le salía mal ese día, y la pesadumbre se hizo más grande todavía.
Se sentó en su despacho, comenzó con las rutinas diarias, encender el ordenador, abrir un poquito la ventana, vaciar los restos de agua de la botella que usaba para beber a lo largo de la mañana, mirar la agenda para ver como tenía la mañana, ver si había llamadas pendientes de contestar…
Entonces precedido de unos suaves golpes en la puerta entró Julio, y vio como ella seguía accionando el contestador del teléfono, con una sombra en sus ojos que desfiguraba su habitualmente serena expresión. Y se preocupó, porque Julio hacía mucho que sabía que su vida estaba ya inevitablemente unida a la de ella, que ya nunca estaría contento si ella no lo estaba, que le dolían todos los dolores que ella tuviera, que necesitaba saber en cada momento que ella respiraba, para poder respirar también, y que nunca, ni en la distancia estaría separado de ella.
Y Raquel levantó por fin la vista y le miró, y le vio preocupado y, sin saber que era ella el motivo de esa preocupación, olvidó su propia angustia, porque comprendió de pronto que lo único que le importaba más que su propia vida era él, que no podía seguir adelante sin saber que él estaba bien, que necesitaba saber que él respiraba para poder respirar ella también.
Y entonces él dijo:
- Te vi en el metro justo cuando entrabas y a mí no me dio tiempo a cogerlo, pero por suerte si cogí tu bufanda.
Y efectivamente llevaba la bufanda de ella en las manos y la iba a dejar encima de la mesa, cuando ella con una sonrisa de las que serían capaces de iluminar varios universos se levantó e hizo ademán de cogerla, pero lo que cogió fueron las manos de él y musitó un “Muchas gracias”, palabras que unidas al gesto fueron la llave que abrió para siempre la puerta de su futuro juntos.


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Asun, 14 de diciembre de 2011